Sin categoría

Depender de la suerte no es la mejor estrategia

Desde hace ya varios meses la economía argentina muestra, en el mejor de los casos, un crecimiento débil. Prácticamente todos los indicadores que intentan captar la marcha de la actividad económica registran tasas de expansión muy bajas, que en muchos casos son incluso negativas. De acuerdo a nuestros cálculos, el PBI real habría crecido alrededor de 1% en 2012, y los primeros meses de este año no muestran una performance muy por encima de esta cifra.

Las restricciones externa y fiscal que estuvieron ausentes en las etapas anteriores de las administraciones kirchneristas -hecho que había sido la gran novedad de la década para una economía argentina (demasiado) acostumbrada a los ciclos de stop and go- hoy han vuelto al centro de la escena. Con una virulencia y velocidad sorprendente, al menos para algunos desprevenidos. Y este 2013, que hace apenas unos meses parecía que iba a dar algún respiro en ambos frentes otorgando más margen de acción, ha comenzado a dar señales de que se parece bastante al año pasado.

Las expectativas algo más optimistas para este 2013 se sostenían fundamentalmente en cuestiones ajenas a la política económica. Básicamente dos: 1. el crecimiento de Brasil, luego de un 2012 muy pobre en esta materia; y 2. una cosecha muy por encima de la campaña anterior. Sin embargo, estos primeros cuatro meses han ido esmerilando las esperanzas de un año con restricciones externa y fiscal menos severas.

El escenario en Brasil dista bastante de lo esperado por todos no mucho tiempo atrás. La aceleración del crecimiento sigue siendo una materia pendiente, haciéndose esperar desde incluso la segunda mitad del año pasado. Con algunas excepciones a esta regla (como es el caso de los automóviles), esto ha deteriorado en parte las perspectivas para algunos sectores que tienen a aquel destino como un mercado clave para sus ventas. Y, de acuerdo a nuestras proyecciones (en línea con el consenso del mercado), el crecimiento para este año no sería tan alto como se esperaba hace unos meses.

En el caso de la cosecha, las proyecciones ya se ubican bien lejos de las 55 millones de toneladas record de soja de un tiempo atrás. Hoy, el balance de la campaña muestra una cifra cercana a las 48 millones de toneladas, registro que, si bien se ubica bien por encima del de 2012 (un 20%) está un par de escalones por debajo de lo esperado hace algunos meses. Situación que se agrava por dos motivos. Por un lado, la incertidumbre en el mercado cambiario y el ensanchamiento sin pausa de la brecha entre tipo de cambio oficial y paralelo desincentivan la liquidación de exportaciones -en todos los rubros, no sólo en el sector agrícola-.

Muchos productores, aquellos que pueden financiar su actividad sin la necesidad de vender toda su cosecha, prefieren mantenerse en «soja» antes que obtener pesos al tipo de cambio oficial neto de retenciones (que está en torno a los $/US$3,2) y eventualmente dólares a valor blue (perdiendo un 100% en la operatoria). En la medida que el gobierno siga emitiendo para financiar el déficit, la brecha quedará garantizada, incentivando el «ahorro» en soja. Esto explicaría la lenta liquidación en lo que va del año. Pero, además, se traduciría en un stockeo mayor, que podría resultar como máximo del orden de las 8 millones de toneladas, en cuyo caso el efecto diferencial en las cuentas fiscales y en el mercado cambiario respecto de 2012 sería prácticamente inocuo.

Por el otro lado, la cuestión energética está mostrando un escenario más negativo que lo esperado unos meses atrás. En el primer trimestre del año se necesitaron US$755 millones más que en el mismo período de 2012 para financiar las importaciones de energía, lo que se sumó a las menores exportaciones en este rubro, conduciendo a un déficit en materia energética de nada menos que US$808 millones, que se compara con un saldo positivo de US$456 millones en igual período de 2012. Y esto en un marco donde la economía no se muestra dinámica en general y, en particular, la industria está lejos de mostrar una performance positiva (con excepciones como el sector automotriz, y con una gran heterogeneidad). Con un escenario diferente, la situación sería aún más complicada en este frente. En este sentido, el reciente incendio ocurrido en la destilería de YPF de Ensenada no es una buena noticia, dado que se estima que demandará importaciones adicionales de gasoil por US$500/US$600 millones en 2013.

Con este panorama, la economía lograría, crecer a una tasa modesta, pero que no debiera sorprender en una economía que vuelve a los ciclos de stop and go, donde la suerte y no otra cosa es lo que determina en gran medida la performance en materia de actividad y estabilidad macroeconómica.

Lo que suceda con el clima y la cosecha, los precios internacionales y/o Brasil será lo fundamental de ahora en más para evaluar la marcha de la economía argentina. En el mejor de los casos, con todo a favor, tendremos años más o menos positivos, aunque bien lejos de los años dorados de las administraciones kirchneristas (con tasas más cercanas al 3% que al 5% o más). En escenarios mediocres para estas variables, la performance será discreta con riesgos que se elevan de acuerdo a la respuesta de política económica. Y, en años donde «se alineen los planetas», la probabilidad de que la situación salga de cauce crecerá con fuerza.

Desde este punto de vista, el panorama para los años que vienen no es justamente optimista. Quizás la mejor noticia dentro de este análisis sea que no debiera esperarse, en principio, una crisis a la Argentina, ya que las perspectivas para la suerte (contexto externo y cosecha) siguen siendo positivas desde una mirada de mediano y largo plazo. Y, además, los problemas argentinos no son tan graves como lo fueron en el pasado, aun cuando la coyuntura sea un cúmulo de malas noticias. Los fundamental de la economía local no se encuentran tan fuera de línea, no sólo con respecto a décadas pasadas sino también a muchas de nuestros vecinos e incluso otros mercados emergentes. Lo que sienta las bases para una salida al actual laberinto en el que la política económica nos ha puesto.

Es que, afortunadamente, existe tal salida. Si bien los costos y los riesgos de intentar un camino alternativo son cada vez más altos y crecen a medida que pasa el tiempo, hay estrategias (varias) a mano para volver a encarrilar la situación. Una es el ordenamiento expansivo, esto es, recomponer algunos desajustes para reimpulsar el crecimiento y acercarse a una senda más sustentable. Un ordenamiento de las cuentas fiscales, no a la europea sino por ejemplo a través de la reducción de subsidios al sector privado junto con una re priorización del gasto público, más un cambio de actitud en algunos temas clave, pueden ser un disparador de la inversión. Lo que transformaría a esta variable como el dinamizador de la economía local, y permitiría sostener los logros alcanzados durante todos estos años sin grandes traumas. El encauzamiento de las cuentas públicas, ocasionaría, al mismo tiempo, una menor necesidad de emisión para financiar el déficit, lo que permitiría reducir la elevada dinámica inflacionaria, aliviando a su vez las presiones sobre el mercado cambiario.

Lamentablemente, la probabilidad de un escenario como este es muy baja con las actuales autoridades. Si bien nada es imposible, el Gobierno ha mostrado en todo este período poca predisposición al cambio. Pero, de todas maneras, la sola existencia de una salida no traumática es una buena noticia. En el mientras tanto, será cuestión de suerte.

Dante Sica

Exsecretario de Industria y Minería de la Nación y director de abeceb.com

Funte: Ambito.com

Escribe un comentarios