Mendoza

Algo huele mal en Moscú / Newsletter de Mauricio Llaver

La vacuna rusa, mezcla de tragedia shakespereana con comedia argentina. Cristina se queda corta. Menem, un presidente de extremos. En Mendoza, el aire es mejor. Milagro económico: cómo “desendeudarse” al 16%. Un adiós a John Le Carré. Y un vino, por supuesto.

20 de diciembre 2020

ALGO HUELE  MAL EN MOSCÚ (Y EN BUENOS AIRES). El príncipe Hamlet (Shakespeare) decía que algo olía a podrido en Dinamarca. Ahora algo huele mal en Moscú y también en Buenos Aires. Lo de la vacuna rusa va camino a ser una tragedia shakespereana, mezclada con toques de comedia argentina, un insulto para la inteligencia. Rusia es un Estado secretivo, donde nunca las cosas son transparentes (sus atletas fueron suspendidos para los próximos dos Juegos Olímpicos por un programa estatal de “dopaje institucionalizado”; los opositores al gobierno terminan encarcelados o envenenados). Pero el gobierno argentino insistió en comprarles su vacuna, tan sospechosa que ni Putin ni Alberto ni Cristina ni muchos grupos de riesgo se la pueden poner. Es patético. Mientras tanto, Chile anunció que empieza esta semana con la vacuna de Pfizer, con la que ya se están vacunando en Gran Bretaña y Estados Unidos. Nos decían que había un gobierno de científicos y tenían razón. Lo hay. Pero parece que está más del otro lado de la cordillera que de acá.

CRISTINA SE QUEDA CORTA (LA GRAN PREGUNTA). Cristina Fernández de Kirchner afirmó en su primera Epístola a los Argentinos que había “funcionarios y funcionarias que no funcionan”. Y ahora los volvió a chucear públicamente, advirtiéndoles que si tienen miedo (sin precisar quiénes), se vayan a buscar otro laburo. Se cuida mucho de dar nombres, pero percibe que los resultados son tan mediocres que es difícil encontrar funcionarios que sí funcionen. El manejo de la pandemia (y ahora de la vacuna), la caída de la economía agravada por la cuarentena, Vicentin, la liberación de delincuentes, el temor vergonzoso a Venezuela, la inseguridad, el velatorio de Maradona, etcétera, hacen que ante cada decisión importante que toma el gobierno uno se repita la gran pregunta: ¿Cuántas cosas se han hecho bien desde el 10 de diciembre de 2019? Creo que Cristina se queda corta en la evaluación negativa de –paradoja- su propio gobierno.

MENEM, UNA DÉCADA DE EXTREMOS. Carlos Menem fue un presidente de extremos. Y representó tantas cosas que dificultan la simplificación, ese error en que caemos todos, empezando por los periodistas. El suyo fue un gobierno de grandes negociados con las privatizaciones; de la explosión de Río Tercero (quizás para desviar la atención de un tráfico de armas hacia el conflicto Perú-Ecuador, en el cual la Argentina era garante de la paz); de corrupción en una escala nunca vista hasta entonces; de forzamiento de las instituciones para modificar la Constitución Nacional y mantenerse en el poder; de ajuste en el Estado con aumento simultáneo en el gasto, sostenido por endeudamiento; de frivolidad burlesca; y de un retroceso estructural que todavía padecemos, como haber cerrado los ferrocarriles estatales con la excusa de su déficit, mientras se les pagaba a las concesionarias privadas un subsidio equivalente a aquel déficit (un millón de dólares por día). Hasta ahí, ese capítulo menemista.

MENEM, UNA DÉCADA DE EXTREMOS (II). Pero Menem tuvo también un enorme liderazgo para pulverizar problemas estructurales de la Argentina. Terminó con el “partido militar” después de 60 años de golpes, con el indulto como zanahoria y el ajuste presupuestario como garrote; liquidó las 24 hipótesis de conflicto con Chile que impedían nuestra integración (22 acuerdos directos y dos en arbitraje); y extinguió la inflación con el plan de Convertibilidad de su ministro Cavallo. También abrió la economía y privatizó empresas históricamente ineficientes, lo cual permitió la renovación de la infraestructura en telecomunicaciones y energía; retiró a la Argentina de No Alineados y se referenció con el “Primer Mundo”, y hasta nos hizo participar, muy lateralmente, en una coalición internacional en la primera Guerra del Golfo. Aquella década exacta de gobierno (1989-1999) fue tan vigorosa que, insisto, sería un pecado dejarla caer en la simplificación.

UN RESPIRO EN MENDOZA. Con todas nuestras dificultades, en Mendoza seguimos esta semana marcando una diferencia con nuevas medidas de apertura. Para las Fiestas habrá que seguirse cuidando, pero ya no hay restricciones de horarios y podrá haber reuniones de hasta 250 personas. Durante toda esta maldita pandemia, en la que nadie tenía la brújula para saber cómo actuar, en Mendoza mantuvimos una línea de fuerza esencial: máxima apertura posible, máxima autorización posible para trabajar, y mínimo espíritu de resignación o abandono al asistencialismo. En estas partidas difíciles es donde se establecen las marcas de espíritu decisivas, y podemos estar muy conformes de cómo lo estamos haciendo, tanto el gobierno como los actores privados.

MILAGRO ARGENTINO: CÓMO DESENDEUDARSE AL 16%. (Infobae, con subrayado mío) «El gobierno cerró ayer una operación por la cual canjeó títulos de deuda en pesos por bonos en moneda extranjera por valor de USD 750 millones, transformando papeles en moneda local que se licúan por la inflación y la suba del tipo de cambio, por vehículos en moneda dura que mantienen su costo en el tiempo. El canje, en los hechos, supone la emisión de deuda a una tasa del orden del 16%, que es el descuento al que cotizan las series de bonos que se amplían en el mercado. La duda entre operadores y analistas, entonces, es cuál es el sentido de la estrategia y si los beneficios pagan los costos”.

COSAS DEL ALMA: JOHN LE CARRÉ. Esta semana murió a los 89 años John Le Carré, mi escritor favorito. Entre lecturas y relecturas, el tiempo que le he dedicado a sus libros es incontable. Algunas de sus cumbres son “El topo” (“Tinker Tailor Soldier Spy”), “La gente de Smiley” y “El espía que vino del frío”. Pero Le Carré era mucho más que eso. Su padre Ronnie, un estafador, le dio letra para una pieza extraordinaria en The New Yorker (“In Ronnie’s Court”) y para una profunda novela autobiográfica (“Un espía perfecto”). En “El Infiltrado” (“The Night Manager”) aprovechó una trama de tráfico de armas para plantear que la moral existe y que no es lo mismo hacer el bien que el mal. También dejó una colección estupenda de relatos en “Volar en círculos”, y en su última novela, “Un hombre decente”, desarrolló con una preciosa economía de palabras los dos grandes temas del espionaje: uno nunca sabe para quién trabaja y, en el fondo, en las decisiones finales siempre prevalece el factor humano. Adiós, maestro Le Carré. Mientras usted descansa, yo lo seguiré releyendo por siempre.

Y UN VINO, POR SUPUESTO. Desde su nacimiento, Finca La Anita apostó por el Syrah como diferencial, y según mi modesta opinión lo hacen muy bien. Pero lo interesante es que no sólo lo comercializan como varietal, sino que también es la base del Finca La Anita Gran Corte 2018, que probé esta semana en el restaurante de la bodega. El Gran Corte tiene 59% de Syrah, 33% de Malbec 2018 y –detalle- 8% de Malbec de la cosecha 2017. Es un vino profundo y jugoso, que hace dar ganas de tomar otra copa. Pero lo mejor es que, con ese blend tan particular, también es una muestra de las posibilidades infinitas que brindan los vinos en general y los vinos argentinos en particular, en cuanto a que todo puede hacerse, todo puede experimentarse, y con un potencial de excelencia ilimitado. Un detalle más es que, a precios de esta semana (estamos en la Argentina…) el Gran Corte cuesta $ 1.080 la botella, lo cual, pensando en términos de precios relativos (dólar) representa una gran tentación para incorporar a una cava particular.

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