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Apuntes sueltos sobre España y Francia / Newsletter de Mauricio Llaver

18 de mayo 2025


EL ESPECTÁCULO MÁS AMBIGUO DEL MUNDO. En Madrid fui a una corrida de toros y, contrariamente a lo que me imaginaba, no encontré una respuesta al interrogante de si lo aprobaba o no. Es el espectáculo más ambiguo del mundo, donde uno puede horrorizarse o terminar aclamando al torero, por lo menos según lo que me pasó a mí. En sí mismo, todo consiste en debilitar a un toro hasta que, presa de la fatiga y el desconcierto, pueda ser rematado por un hombre con su espada. Pero hay que reconocer que, para estar frente a ese toro, hay que tener unos cojones de primera calidad. Al principio, todo me pareció horriblemente asimétrico: al pobre toro lo desgastan entre varias personas con sus capas, sus amagues y sus banderillas (y cuando los carga el animal se esconden detrás de unos refugios de madera) y luego, desde un caballo con parapeto, lo lancean para que empiece a desangrarse. Ahí aparece el torero, con su traje brillante, su elegancia, su capa roja y su espada, y le da el crescendo y los toques finales a la faena, hasta que el toro cae derrotado y lo sacan muerto de la plaza.

EL ESPECTÁCULO MÁS AMBIGUO DEL MUNDO (II). En un principio, la corrida me pareció algo de una asimetría horrible, y ver los ojos del toro, con su intuición de muerte, es algo de lo que no me podré olvidar. Pero con el paso de los días, procesar esa información me llevó a una nueva mirada del asunto: que dominar de esa manera a un toro tiene algo de conquista, algo de revancha de la naturaleza, porque, en un encuentro de uno a uno, ni el más hábil de los seres humanos tiene posibilidades de salir vivo frente a un animal de 600 kilos con dos cuernos puntiagudos. Y así como me persiguen los ojos del toro, tampoco puedo olvidarme del impacto sísmico que percibí cuando lo largaron a la arena y aparecieron el ruido de su carrera, el retumbar de sus patas contra el suelo y hasta el sonido inquietante de su respiración. Frente a esas sensaciones encontradas, empecé a entender que, en una corrida, organizada con una gran cantidad de reglas, puede haber un reflejo de refinamiento en algo tan brutalmente simple como asesinar a un animal. El clima de la plaza, los “oles”, el entusiasmo general, contrastaban con todas las críticas a la tauromaquia que había leído en mi vida, y después de haber visto una corrida puedo decir que ahora comprendo a ambas partes. Mi única seguridad después de esta experiencia es que por algo se trata de un debate que lleva siglos, y no creo que alguna vez se vaya a zanjar. Ni siquiera estando ahí me pude llevar una sensación definitiva de lo que significan los toros.

La catedral de Notre Dame, restaurada después de su incendio en 2019. Según los franceses, es el lugar más visitado del mundo entero, con la ventaja de que, por ser una catedral, la entrada es gratuita.

CAMINATA EN EL PUENTE DE WOODY. Si yo me pusiera a escribir sobre las atracciones y maravillas de París, les haría perder tiempo a los lectores. No hay nada que ya no se haya dicho. Pero puedo contar sobre algunas sensaciones particulares, como caminar de noche por el Puente de Alejandro III, algo que quería hacer desde la primera vez que vi “Midnight in París”, de Woody Allen. Allí, en la escena final, Owen Wilson se encuentra con la chica preciosa que trabajaba en la librería donde él buscaba ejemplares raros, y, bajo una lluvia cinematográfica que empieza a caer en ese momento, se van caminando juntos, envueltos por su nuevo futuro y por toda la magia de la ciudad. La otra fue el café que tomamos con Paula en el Café de la Comédie, cerca del Louvre y después de caminar hasta la Ópera. Que fue un café en París, sentados en unas sillitas incómodas, con una mesa chiquita y redondita, pero mirando hacia la calle y viendo pasar a los turistas con sus mochilas, gorras y bermudas, y a los parisinos con una baguette bajo el brazo. Uno puede leer todas las guías turísticas del mundo, pero no hay como esas sensaciones intransferibles para conocer una ciudad.

El Puente de Alejandro III, construido en el Siglo 19 en honor a la amistad entre Francia y Rusia. En la escena final de “Midnight in París”, el lugar queda inevitablemente vinculado a la bella “Si tu vois ma mère”, del saxofonista Sidney Bechet.

Los alrededores de la Torre Eiffel, en una ciudad colapsada por el turismo. A la Torre suben un millón de personas por año.

UNAS CUANTAS MISAS (Y EMBOTELLAMIENTOS). Muchos repiten la frase “París bien vale una misa”, pero no todos saben que se le atribuye a Enrique IV, el primero de los Borbones, quien era protestante hugonote pero en 1589 se convirtió al catolicismo, dado que era el requisito fundamental para ser rey de Francia (su reinado duró hasta 1610, así que su jugada valió la pena). Aquella frase podría ser redefinida en estos días por la de que París bien vale un atasco de tránsito, dado que la cantidad de autos, ómnibus, vans, minivans, motos, bicicletas, patinetas y peatones es sencillamente descomunal. El turismo ha saturado todo, y conversar con los guías del tour fue muy ilustrativo sobre la pesadilla que es transitar por la ciudad, porque no solo tienen que manejar a la defensiva (cada esquina es un mundo de gente donde todos quieren pasar primero) sino que, para estacionar cerca del Arco de Triunfo o de la Torre Eiffel, necesitan de una cantidad de permisos que constituyen una pesadilla adicional. París es un hormiguero de personas y vehículos, y por suerte existe el Metro, porque por arriba el movimiento ya pasó el límite de la saturación. Pero Enrique IV tenía razón en eso de aguantarse algo en función de un objetivo superior, y en mi modesto caso, por más que tardar 10 minutos en hacer una cuadra me pueda poner de mal humor, no pienso dejar de volver a París, que bien vale unas cuantas misas y unos cuantos embotellamientos.

El Paso de Calais, sobre el Canal de la Mancha, donde se abordan los ferries para cruzar a Inglaterra. Durante la Segunda Guerra Mundial, una maniobra de distracción pergeñada por el espionaje británico hizo creer a los nazis que los aliados desembarcarían en sus costas durante el “Día D”. Como consecuencia, las tropas nazis se concentraron allí y desprotegieron las playas de Omaha, unos 200 kilómetros hacia el Oeste, donde finalmente se produjo la invasión.

La tradicional “soup a l’ognion”, sopa de cebolla, unos de los casos emblemáticos donde una “comida de la pobreza” (cebolla, pan duro remojado, queso gratinado) se transformó en un plato gourmet y un clásico de la gastronomía francesa.

En la Torre del Reloj en Rouen, capital de Normandía, norte de Francia. Allí fue quemada en la hoguera, en el año 1431, Juana de Arco, heroína de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra. Posteriormente no solo fue reivindicada por la Iglesia Católica sino que se la beatificó y canonizó. En el lugar de aquella hoguera, hoy se erige una iglesia con su nombre, que posee un diseño arquitectónico con forma de armadura medieval.




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BONUS TRACK: HAS TENIDO LO TUYO

Radio Nihuil (entrevista de Paula Jalil y Andrés Gabrielli): https://www.radionihuil.com.ar/entrevista-a-mauricio-llaver-sobre-su-libro-has-tenido-lo-tuyo/

Diario Los Andes (Rubén Valle): https://www.losandes.com.ar/espectaculos/sean-oportunistas-lean-libros-un-adelanto-del-libro-mauricio-llaver-n5942864

Memo (Gabriel Conte): https://www.memo.com.ar/cultura/mauricio-llaver/

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