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Cada vez más morosos de la tarjeta, otro problema para la economía de Brasil

(AP) – Francisco Xavier salió del establecimiento de préstamos al día (montos chicos) con más cara de enfado que cuando ingresó en el lugar. Le negaron un crédito y ahora no sabe cómo hará para saldar unas deudas que se le han salido de control, incluidas las de las tarjetas de crédito que le consumen casi la mitad de su ingreso mensual.
Xavier es taxista y figura entre las filas cada vez más grandes de «súper deudores», personas que subieron a la clase media durante el auge económico que duró casi una década en Brasil pero que ahora están endeudadas hasta el cuello mientras se paraliza la economía de su país, la más grande de América Latina, con el consiguiente aumento de la inflación y el desempleo.
Las principales oficinas de información de crédito de Brasil calculan que hasta abril, más de 55 millones de brasileños estaban rezagados en los pagos de sus tarjetas o préstamos.
La cifra equivale al 37% de la población adulta de los 200 millones de habitantes del país y va en aumento.
De acuerdo con la oficina de información de crédito SPC, las listas de personas en esa situación aumentaron en unas 700.000 desde enero, cuando los principales establecimientos de esa especie comenzaron a trabajar juntos en listas combinadas por primera vez.
Soraia Panella, coordinadora del servicio a clientes en la agencia de protección al consumidor Procon en Río de Janeiro, dijo que ve con frecuencia personas que viven al filo de la estabilidad financiera y caen en un agujero del que les es casi imposible salir debido a un infortunio súbito.
«A la mayoría de las personas que vienen aquí se les salen primero las lágrimas y después no paran de llorar. Se sienten avergonzados y creen que no pueden salir de su problema», dijo Panella, cuyo equipo ayuda a unos 450 deudores a que fusionen sus pagos todos los días.
«Creo que se va a poner mucho peor de lo que ya está», agregó.
Después de que Brasil registrara en 2010 su máximo nivel de crecimiento de 7,5%, su economía se ha desacelerado de manera continua. Este año, se contrajo 0,2% en el primer trimestre y según pronósticos retrocederá 1% todo el año.
El auge del crecimiento se debió en parte a la avidez de China por materias primas brasileñas, como mineral de hierro y soja. Sin embargo, los gobiernos de izquierda de la presidenta Dilma Rousseff y en especial del predecesor de ella, Luiz Inacio Lula da Silva, dependieron considerablemente de los consumidores para impulsar el crecimiento durante casi una década.
Entre otros aspectos, el gobierno otorgó beneficios fiscales para alentar las ventas de coches, eliminó un impuesto a artículos costosos para el hogar, bajó las tasas de interés e incentivó a los bancos para que extendieran créditos a los brasileños de clase media baja.
El consumo interno, que en 2004 representaba el 53% del producto interno bruto de Brasil, aumentó a 63% del total en 2014. Los consumidores provistos con tarjetas de crédito y beneficiados con incentivos fiscales compraron pantallas planas de televisión, refrigeradores, motonetas y vehículos compactos.
Con acceso fácil a los préstamos y habituados a comprar en varios pagos mensuales artículos de poco precio como zapatillas deportivas e incluso alimentos, los consumidores brasileños acumularon tantos recibos de pago que ahora destinan el 30% de sus ingresos disponibles a liquidar sus deudas, dijo el Banco Central.
En contraste, los consumidores en Estados Unidos destinan al pago de sus deudas poco más del 5% de sus ingresos, según la Reserva Federal.
Ahora ese endeudamiento amenaza con convertir nuevamente en pobres a algunas personas que habían logrado escalar a la clase media.
Según la Agencia Brasil de noticias, a finales de 2014 el número de personas en extrema pobreza aumento 3,5% sobre el año anterior, por primera vez en una década. Las cifras de 2014 no están disponibles todavía.
Gran parte del problema, según los analistas, se debe a las tarjetas de crédito, que se han comercializado de forma agresiva entre consumidores de bajos ingresos a costos muy elevados.
Las tasas de interés aplicadas a tarjetas de crédito en Brasil son astronómicas y alcanzan alrededor de 200% al año en comparación con 12% en Estados Unidos.
Los bancos brasileños afirman que las altas tasas se justifican porque carecen de información sobre el historial crediticio de las personas, en tanto que los detractores afirman que las instituciones financieras simplemente explotan a sus clientes.
Cualquiera que sea la causa, el retraso en un pago puede convertirse en una abultada deuda como si fuera una bola de nieve.
«Las tarjetas de crédito son mi tentación», dijo Xavier, el conductor de taxi.
Las compras de aparatos y muebles para su nuevo apartamento y el derroche en artículos como ropa y perfumes devinieron en pagos de tarjetas de crédito que le consumen casi la mitad de su ingreso mensual equivalente a unos 2.000 dólares. Después de pagar la renta y el sustento de sus cuatro hijos, Xavier dijo que no le queda casi nada y lamenta tener tarjetas de crédito.
«Desearía hacerlas cachitos», apuntó.
Debido a los años de hiperinflación que vivió el país a principio de la década de 1990, entre los brasileños como Xavier se volvió hábito gastar rápido o ver como su dinero perdía valor de la noche a la mañana.
«Los consumidores en Brasil viven en el límite», dijo la economista en jefe de SPC, Marcela Kawauti. «Gastan todo lo que ganan al mes… y no les preocupa demasiado tener un colchón por si sucede algo».
Paula Dutra Alves, que vive en Río y cuyo único ingreso mensual es un cheque equivalente a 254 dólares por discapacidad debido a un problema en la espalda, dijo que su calidad de vida va en deterioro.
Después de que los médicos le diagnosticaran una hernia, Alves pidió prestado a un establecimiento de créditos al día (montos chicos) para comprarse unas medicinas y pagar rentas atrasadas de su casa.
Debido a los intereses, su préstamo equivalente a 540 dólares se infló en unos cuantos meses a 1.325 dólares. Ahora no sabe cómo pagar y teme que pronto esté viviendo en las calles.
«Me cambié a un lugar más barato, dejé de utilizar el autobús e incluso reduje mis compras de alimentos», señaló Alves. «Ya no hay más de donde cortar», afirmó.

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