(Texto y fotos: Mauricio Llaver)
UNA OFERTA QUE NINGÚN VIAJERO PUEDE RECHAZAR. El día que le conté a la amiga Cécile Adam, de Entre Cielos, sobre este viaje a los Balcanes, me dijo que a esa zona la denominan “la Europa virgen”, el territorio del Viejo Continente que aún queda por poner en valor. Por lo que vi en Bulgaria y Rumania, es así: una historia con un bagaje de milenios (la segunda ciudad de Bulgaria, Plovdiv, ha sido habitada ininterrumpidamente desde hace por lo menos 7.000 años); una suma de influencias culturales arrolladoras (tracios, romanos, griegos, dacios, otomanos, eslavos); el entrecruzamiento del catolicismo, el cristianismo ortodoxo y el islam; el dominio hasta hace 30 años del comunismo soviético, y unas bellezas naturales desconocidas e inesperadas. Andar por aquí es abrirse a la sorpresa, y eso es una oferta que ningún viajero puede rechazar.
EN LA CIUDAD DE GUNS AND ROSES. Al llegar a Kazanlak, Bulgaria, el guía nos advirtió que entrábamos a la ciudad de los “Guns and Roses”. Y como todos pensamos automáticamente en lo mismo, aclaró con una sonrisa que no era por el grupo de rock de Axel Rose y Slash, sino porque allí se encontraban tanto una fábrica de Kalashnikov como el centro de producción de aceite de rosa más grande de Bulgaria. Kalashnikov tiene una fama rara y siniestra, porque fabrica el fusil AK 47, que muchos especialistas bélicos consideran como el más efectivo de la historia. Su origen es ruso y, durante el dominio soviético sobre Bulgaria en los años de la Guerra Fría (1945-1991), la fábrica de Kazanlak era la más grande del mundo. Con el derrumbe del imperio soviético, la fábrica principal pasó a estar en territorio ruso, y la búlgara quedó en segundo lugar en volumen de producción (hoy, según el guía, experimentan un problema de mercado a raíz del conflicto de Ucrania: no se las pueden vender oficialmente a los rusos, y los norteamericanos no quieren que se las vendan a los ucranianos, porque quieren colocar sus armamentos propios). En cuanto a las rosas, en Kazanlak están más optimistas: el litro de aceite vale 11.000 euros, y por añadidura se acaban de convertir en el primer exportador mundial de lavanda. En una ciudad así, en pocas cuadras se pasa de lo letal a lo inocente.
DE LA ILÍADA A STANLEY KUBRICK. El origen más remoto de los búlgaros son los tracios, que ya figuraban como buenos guerreros en La Ilíada (Guerra de Troya, circa 1.300 antes de Cristo). La influencia tracia sobre los griegos fue tan importante que tomaron a uno de sus dioses como propio, y fue nada menos que Baco, el dios del vino, al cual unos cuantos le rendimos culto silenciosamente todos los días. Otro tracio famoso fue Espartaco, uno de sus reyes, que en un momento llegó hasta Roma, fue transformado en esclavo, y en esa condición encabezó una rebelión contra el Imperio que, luego de fracasar, terminó con su crucifixión y la de miles de rebeldes en la Via Appia Antica. A veces, cuando aparece algún gran cuestionador de cualquier sistema, suele aparecer la definición de “Espartaco moderno”. La fama de aquel tracio del Siglo 1 antes de Cristo puede comprobarse modernamente en novelas históricas que llevan su nombre, como la escrita por Arthur Koestler, o en películas como la dirigida por Stanley Kubrick.
EN BUCAREST, EN EL BALCÓN DE CEAUÇESCU. Al igual que otros millones de seres humanos, en diciembre de 1989 observé fascinado cómo en Bucarest, capital de Rumania, se producía uno de los hechos más simbólicos del fin de la Guerra Fría: el discurso desde un balcón en el que el dictador rumano, Nicolae Ceauşescu, comenzaba a ser silbado por sus propios seguidores, luego de lo cual huyó del lugar para ser finalmente fusilado junto a su esposa Elena. En aquella época también estallaba la globalización capitalista, y la CNN nos mostraba en directo cómo el planeta se transformaba frente a nuestros ojos, mientras compartíamos algo bastante esporádico en la historia humana: la sensación de estar ingresando en una nueva etapa, en aquel entonces signada por el optimismo. De todo eso me acordé en la Plaza de la Revolución, que se llama así después de aquella rebelión legendaria y hoy posee un monumento en honor a los caídos en aquel levantamiento. Esa misma noche repasé en YouTube el discurso de Ceauçescu, y se nota claramente que los alrededores del edificio (que era la sede del Partido Comunista) han cambiado, al igual que casi todo lo demás en Rumania, que hoy es parte de la Unión Europea en lugar de un Estado satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Bucarest tampoco es aquella ciudad gris, aplastada, de mala memoria, y hoy sorprende con su belleza parisina y su modernidad occidental. Pero el balcón sigue estando, y es un buen recordatorio de que hasta las dictaduras más asfixiantes pueden felizmente terminar alguna vez.
CENANDO EN LA NO-CASA DE DRÁCULA. El príncipe Vlad Tepes vivió entre 1431 y 1476, pero su fama no le hace la mínima sombra a la del Conde Drácula, el personaje de ficción basado en su vida creado en 1897 por el irlandés Bram Stoker, que capturó la imaginación humana y lo transformó en el vampiro más famoso de la historia. El “Castillo de Drácula” está situado en la ciudad de Bran, en Transilvania, y es una especie de segunda obra maestra de ficción, porque aunque todos saben que el personaje no existió, igual se lo decora con supuestas imágenes suyas y se hace funcionar un merchandising irresistible en sus alrededores (nosotros compramos un par de cosas porque, bueno, estábamos ahí). Pero el verdadero Vlad Tepes tenía lo suyo, y como buen cristiano de la época hizo empalar a miles de prisioneros turcos que intentaban tomar la zona de Transilvania, con tanto éxito que los otomanos prefirieron retirarse antes que enfrentarse a un enemigo tan feroz (las consecuencias se proyectan hasta hoy: el islam nunca dominó esta región y en la Rumania actual hay una enorme predominancia del cristianismo). La casa natal de Tepes está en Sighisoara, una ciudad amurallada con su Torre del Reloj y sus iglesias ortodoxa, católica y luterana, y hoy es un restaurante muy folclórico, donde cené una comida normalísima y en el cual se podía visitar la habitación donde nació el verdadero Tepes, además de comprar una variada cantidad de souvenirs sobre el personaje de ficción en que lo convirtió la literatura.
MI VIDA CON DRÁCULA. Por alguna razón sobre la cual asumo toda la responsabilidad, las dos veces que empecé a leer el “Drácula” de Bram Stoker lo abandoné más o menos a la mitad. O yo no estoy hecho para ese libro o ese libro no está hecho para mí. Pero sí me encantó el filme “Drácula” de Francis Ford Coppola, de 1992, con Keanu Reaves, Winona Ryder, Gary Oldman y Anthony Hopkins, que también contaba con una pequeña aparición de Tom Waits. Aquella película no sólo volvió a mostrar el genio de Coppola (por si alguno tenía dudas) sino que rescató de la quiebra a su productora Zoetrope, ya que la producción costó US$ 40 millones y la película recaudó más de US$ 200 millones. Coppola supo poner sus colmillos en el cuello que correspondía.
DINERO DE PLÁSTICO, LITERALMENTE. Una de las curiosidades de Rumania es que el dinero es, literalmente, de plástico. De ese material están fabricados los billetes, que no se rompen y se pueden lavar con toda tranquilidad. Una versión asegura que después del regreso del capitalismo, algún asesor internacional les sugirió adoptar el “dinero plástico”, en referencia a las tarjetas de crédito. Pero aparentemente alguien lo tomó en un sentido literal, y así nacieron estos particulares billetes.
QUÉ COMER EN ESTA PARTE DEL MUNDO. En Bulgaria se pueden comer unas ricas Vanishkas, una suerte de hojas de hojaldre que se rellenan con ingredientes dulces o salados, desde crema pastelera hasta espinacas. También muchas verduras y sopas, reflejo de la producción de un país con una economía basada en la agricultura, y platos rusos y griegos, que recuerdan la influencia de ambos países. En Rumania no es muy diferente, pero la variedad aparece como un poco mayor. Está el Sarmale, un repollo relleno con carne picada y arroz (parecido a los niños envueltos árabes, salvo que el envoltorio no es con hojas de parra), Mamaliga (polenta), guisos con carne de cerdo, preparaciones varias con pollo y una fuerte presencia de papas (“kartofi”) . En algunos lugares, como la ciudad medieval de Sibiu, destacan las panaderías, y allí, mientras paseaba por su peatonal, comí panes con salchichas picantes, una masa frita (tipo sopaipilla) rellena de jamón y queso, y, cuando mi estómago ya estaba satisfecho, apareció un irresistible “Courig cu Caşcaval”, una trenza de masa rellena con queso de la cual difícilmente me vaya a olvidar.
EN EL MUSEO DEL PADRE DE LA CRIATURA. Al llegar a Belgrado, capital de Serbia, una de las visitas obligadas es el Museo de Yugoslavia, donde el Mariscal Tito prácticamente monopoliza la exhibición. Tito comandó la creación de Yugoslavia, una federación de Estados que incluyó a Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia Herzegovina, Montenegro y Macedonia. Fue un régimen dictatorial y de partido único (el Partido Comunista), que al mismo tiempo garantizó la estabilidad de una sociedad multi-étnica y multi-religiosa, mientras impulsaba el movimiento de los Países No Alineados y se resistía a caer bajo la órbita de Moscú durante la Guerra Fría. Tito murió en 1980 y Yugoslavia lo sobrevivió sólo hasta 1991, cuando, después del derrumbe del bloque comunista soviético, Eslovenia y Croacia declararon su independencia. Ello llevó a la desintegración del Estado yugoslavo y a una de las guerras más crueles y demenciales de la historia reciente.
DOS LIBROS PARA ENTENDER (ALGO) AQUEL CONFLICTO. Hay dos libros imprescindibles que ayudan a entender, desde nuestra perspectiva, el conflicto de los Balcanes, ambos escritos por Arturo Pérez-Reverte: “Territorio Comanche” y “El pintor de batallas”. Pérez-Reverte cubrió la guerra como corresponsal de la televisión española y la conoció bien desde adentro, con toda su complejidad y sus miserias. Con un lenguaje por debajo del radar de la corrección discursiva, así explica en “El pintor de batallas” el apocalipsis que se abatió sobre la región: “La política, la religión, los viejos odios, la estupidez unida a la incultura y a la infame condición humana, arrasaron aquel lugar con una guerra que enfrentó a parientes, amigos y vecinos. Masacrados por los nazis y sus aliados croatas durante la Segunda Guerra Mundial, esta vez los serbios tomaron la delantera, resumida en dos palabras: limpieza étnica”. Y en “Territorio Comanche”: “Los métodos más sucios fueron puestos en práctica, ante la pasividad cómplice de una Europa incapaz de dar un puñetazo a tiempo sobre la mesa y frenar la barbarie. Esa diplomacia europea sin pudor y sin redaños, gratificando la agresión serbia con la impunidad (…) hizo que primero croatas y después musulmanes bosnios se subieran al carro de la limpieza étnica y del degüello”.
EN POCAS PALABRAS. Aquella locura balcánica se puede resumir en unos pocos datos: 1) Fue el conflicto más sangriento en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. 2) La cantidad de muertos oscila entre 130.000 y 200.000, a los cuales hay que sumar millones de desplazados de sus hogares. 3) Fueron los primeros conflictos desde la Segunda Guerra Mundial en los cuales los genocidas fueron formalmente juzgados y condenados por crímenes de guerra.
DJOKOVIC, IVANISEVIC Y LA GENTE NORMAL. La guerra ha dejado heridas que nadie sabe si van a cerrar, pero hay algo que aparece en la superficie y puede ser un dato esperanzador: el tenista Novak Djokovic (serbio), tuvo hasta hace unos meses como entrenador a Goran Ivanisevic (croata, ex ganador de Wimbledon). Le comenté eso a la guía en Belgrado, y me respondió de una manera muy simple: “Entre la gente normal, no hay ningún problema de convivencia”. Después me contó su historia: ella, serbia, estaba casada con un croata cuando estalló la guerra, y sabían que, si llegaban primero los serbios, a ella la iban a dejar viva y matarían a su marido, y viceversa. Le pregunté cómo habían sobrevivido, y la respuesta también fue muy simple: “Logramos irnos a vivir a España”.
SARAJEVO Y LA RUEDA DE LA VIDA. Una de las cosas que más me impresionó de Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina, fue comprobar la normalidad de la vida después de la guerra en aquella ciudad (1992-1996). Sarajevo fue conocida desde el Siglo 15 como “la Jerusalén de Europa”, por la convivencia de cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes. Pero la desintegración de Yugoslavia pulverizó aquel equilibrio y desató una masacre de musulmanes y católicos por parte de los serbios (cristianos ortodoxos), que dejaron varios nombres infames ligados a la “limpieza étnica” y a la palabra “genocidio”: Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic, Ratko Mladic. Todos terminaron juzgados y condenados por la Corte Internacional de La Haya, después de que Sarajevo sufriera unas 8.000 muertes tras un asedio de 1.425 días. A pesar de aquel horror, parece increíble que los habitantes actuales puedan convivir en paz, que la ciudad haya reconstruido sus edificios emblemáticos, y que los hoteles, los cafés y los espectáculos dejen la sensación optimista de que la rueda de la vida ha vuelto a girar.
EN DUBROVNIK, “DERROTADO POR TANTA BELLEZA”. En un texto que escribió después de un viaje por el norte de Italia, Manuel Vicent confesaba que se sentía “derrotado por tanta belleza”. Algo así me pasó en Dubrovnik, Croacia, donde hay tantas vistas hermosas que la capacidad de expresar asombro se satura rápidamente. Me encantaría saber describir la hermosura de esa fortaleza sobre el Adriático, que proyecta un déjà vu veneciano, pero sólo puedo decir que fue construida en el Siglo 12, que posee unas murallas bellísimas que abrazan rincones, bares, restaurantes y comercios encantadores, y que allí se filmaron algunas escenas de la serie “Game of Thrones”. La fortaleza es pequeña y se la puede caminar completa por todas sus callecitas, antes de volver a caminarlas unas cuantas veces, de día y de noche. Y como si con eso no alcanzara, uno se puede apoyar en uno de los muros de piedra y observar una costa marítima que, como no podía ser de otra manera, también es de un encanto indescriptible. Dubrovnik es única, y bien puede derrotar a cualquiera con tanta belleza.
UN VIAJE QUE AGREGA NUEVAS VIDAS. El viaje se termina y los recuerdos se acumulan, algunos profundos y otros ínfimos, pero todos de una intensidad imborrable. El recorrido de 4.000 kilómetros entre tanto verde, lagos y montañas, con 13 hoteles en 15 noches. María, la guía búlgara, digna, eficiente y cultísima. La lluvia en Batchkovo, que nos demostró que nuestros impermeables no eran tan impermeables. El Mariscal Tito, comunista y playboy, que creó un Estado que permitió una convivencia compleja, pero al final se probó inviable por su artificialidad. Sarajevo, dolorosa y llena de historia, donde la vida está de regreso después de todo el horror. La cajita de castañas de cajú, que arrancó el primer día en Sofía y terminó el último en Zagreb. El hotel de Veliko Tarnovo, con una cama que no tenía patas, y el otro hotel, creo que en Belgrado, donde no sabíamos cómo encender la luz de la habitación. La trenza de queso que comimos en Sibiu y el burek, pesado, grasiento, exquisito, de la peatonal de Maribor. Y el viejo paraguas de los viajes, con tantas millas acumuladas, que nos olvidamos imperdonablemente en Dubrovnik. Viajar es lo mejor del mundo, y esta gira por los Balcanes le ha agregado varias vidas a mi existencia.