8 de mayo 2024
UNA OFERTA QUE NINGÚN VIAJERO PUEDE RECHAZAR. El día que le conté a la amiga Cécile Adam, de Entre Cielos, sobre este viaje a los Balcanes, me dijo que a esa zona la denominan “la Europa virgen”, el territorio del Viejo Continente que aún queda por poner en valor. Por lo que vi en Bulgaria y Rumania, es así: una historia con un bagaje de milenios (la segunda ciudad de Bulgaria, Plovdid, ha sido habitada ininterrumpidamente desde hace por lo menos 7.000 años), una suma de influencias culturales arrolladoras (tracios, romanos, griegos, dacios, otomanos, eslavos), el entrecruzamiento del catolicismo, el cristianismo ortodoxo y el islam, el dominio hasta hace 30 años del comunismo soviético, y unas bellezas naturales desconocidas e inesperadas. Andar por aquí es abrirse a la sorpresa, y eso es una oferta que ningún viajero puede rechazar.
EN LA CIUDAD DE GUNS AND ROSES. Al llegar a Kazanlak, Bulgaria, el guía nos advirtió que entrábamos a la ciudad de los “Guns and Roses”. Y como todos pensamos automáticamente en lo mismo, aclaró con una sonrisa que no era por el grupo de rock de Axel Rose y Slash, sino porque allí se encontraban tanto una fábrica de Kalashnikov como el centro de producción de aceite de rosa más grande de Bulgaria. Kalashnikov tiene una fama rara y siniestra, porque fabrica el fusil AK 47, que muchos especialistas bélicos consideran como el más efectivo de la historia. Su origen es ruso y, durante el dominio soviético sobre Bulgaria en los años de la Guerra Fría (1945-1991), la fábrica de Kazanlak era la más grande del mundo. Con el derrumbe del imperio soviético, la fábrica principal pasó a estar en territorio ruso, y la búlgara quedó en segundo lugar en volumen de producción (hoy, según el guía, experimentan un problema de mercado a raíz del conflicto de Ucrania: no se las pueden vender oficialmente a los rusos, y los norteamericanos no quieren que se las vendan a los ucranianos, porque quieren colocar sus armamentos propios). En cuanto a las rosas, en Kazanlak están más optimistas: el litro de aceite vale 11.000 euros, y por añadidura se acaban de convertir en el primer exportador mundial de lavanda. En una ciudad así, en pocas cuadras se pasa de lo letal a lo inocente.
DE LA ILÍADA A STANLEY KUBRICK. El origen más remoto de los búlgaros son los tracios, que ya figuraban como buenos guerreros en La Ilíada (Guerra de Troya, circa 1.300 antes de Cristo). La influencia tracia sobre los griegos fue tan importante que tomaron a uno de sus dioses como propio, y fue nada menos que Baco, el dios del vino, al cual unos cuantos le rendimos culto silenciosamente todos los días. Otro tracio famoso fue Espartaco, uno de sus reyes, que en un momento llegó hasta Roma, fue transformado en esclavo, y en esa condición encabezó una rebelión contra el Imperio que, luego de fracasar, terminó con su crucifixión y la de miles de rebeldes en la Via Appia Antica. A veces, cuando aparece algún gran cuestionador de cualquier sistema, suele aparecer la definición de “Espartaco moderno”. La fama de aquel tracio del Siglo 1 antes de Cristo puede comprobarse modernamente en novelas históricas que llevan su nombre, como la escrita por Arthur Koestler, o en películas como la dirigida por Stanley Kubrick.
EN BUCAREST, EN EL BALCÓN DE CEAUÇESCU. Al igual que otros millones de seres humanos, en diciembre de 1989 observé fascinado cómo en Bucarest, capital de Rumania, se producía uno de los hechos más simbólicos del fin de la Guerra Fría: el discurso desde un balcón en el que el dictador rumano, Nicolae Ceauşescu, comenzaba a ser silbado por sus propios seguidores, luego de lo cual huyó del lugar para ser finalmente fusilado junto a su esposa Elena. En aquella época también estallaba la globalización capitalista, y la CNN nos mostraba en directo cómo el planeta se transformaba frente a nuestros ojos, mientras compartíamos algo bastante esporádico en la historia humana: la sensación de estar ingresando en una nueva etapa, en aquel entonces signada por el optimismo. De todo eso me acordé en la Plaza de la Revolución, que se llama así después de aquella rebelión legendaria y hoy posee un monumento en honor a los caídos en aquel levantamiento. Esa misma noche repasé en YouTube el discurso de Ceauçescu, y se nota claramente que los alrededores del edificio (que era la sede del Partido Comunista) han cambiado, al igual que casi todo lo demás en Rumania, que hoy es parte de la Unión Europea en lugar de un Estado satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Bucarest tampoco es aquella ciudad gris, aplastada, de mala memoria, y hoy sorprende con su belleza parisina y su modernidad occidental. Pero el balcón sigue estando, y es un buen recordatorio de que hasta las dictaduras más asfixiantes pueden felizmente terminar alguna vez.
CENANDO EN LA NO-CASA DE DRÁCULA. El príncipe Vlad Tepes vivió entre 1431 y 1476, pero su fama no le hace la mínima sombra a la del Conde Drácula, el personaje de ficción basado en su vida creado en 1897 por el irlandés Bram Stoker, que capturó la imaginación humana y lo transformó en el vampiro más famoso de la historia. El “Castillo de Drácula” está situado en la ciudad de Bran, en Transilvania, y es una especie de segunda obra maestra de ficción, porque aunque todos saben que el personaje no existió, igual se lo decora con supuestas imágenes suyas y se hace funcionar un merchandising irresistible en sus alrededores (nosotros compramos un par de cosas porque, bueno, estábamos ahí). Pero el verdadero Vlad Tepes tenía lo suyo, y como buen cristiano de la época hizo empalar a miles de prisioneros turcos que intentaban tomar la zona de Transilvania, con tanto éxito que los otomanos prefirieron retirarse antes que enfrentarse a un enemigo tan feroz (las consecuencias se proyectan hasta hoy: el islam nunca dominó esta región y en la Rumania actual hay una enorme predominancia del cristianismo). La casa natal de Tepes está en Sighisoara, una ciudad amurallada con su Torre del Reloj y sus iglesias ortodoxa, católica y luterana, y hoy es un restaurante muy folclórico, donde cené una comida normalísima y en el cual se podía visitar la habitación donde nació el verdadero Tepes, además de comprar una variada cantidad de souvenirs sobre el personaje de ficción en que lo convirtió la literatura.
MI VIDA CON DRÁCULA. Por alguna razón sobre la cual asumo toda la responsabilidad, las dos veces que empecé a leer el “Drácula” de Bram Stoker lo abandoné más o menos a la mitad. O yo no estoy hecho para ese libro o ese libro no está hecho para mí. Pero sí me encantó el filme “Drácula” de Francis Ford Coppola, de 1992, con Keanu Reaves, Winona Ryder, Gary Oldman y Anthony Hopkins, que también contaba con una pequeña aparición de Tom Waits. Aquella película no sólo volvió a mostrar el genio de Coppola (por si alguno tenía dudas) sino que rescató de la quiebra a su productora Zoetrope, ya que la producción costó US$ 40 millones y la película recaudó más de US$ 200 millones. Coppola supo poner sus colmillos en el cuello que correspondía.
DINERO DE PLÁSTICO, LITERALMENTE. Una de las curiosidades de Rumania es que el dinero es, literalmente, de plástico. De ese material están fabricados los billetes, que no se rompen y se pueden lavar con toda tranquilidad. Una versión asegura que después del regreso del capitalismo, algún asesor internacional les sugirió adoptar el “dinero plástico”, en referencia a las tarjetas de crédito. Pero aparentemente alguien lo tomó en un sentido literal, y así nacieron estos particulares billetes.
QUÉ COMER EN ESTA PARTE DEL MUNDO. En Bulgaria se pueden comer unas ricas Vanishkas, una suerte de hojas de hojaldre que se rellenan con ingredientes dulces o salados, desde crema pastelera hasta espinacas. También muchas verduras y sopas, reflejo de la producción de un país con una economía basada en la agricultura, y platos rusos y griegos, que recuerdan la influencia de ambos países. En Rumania no es muy diferente, pero la variedad aparece como un poco mayor. Está el Sarmale, un repollo relleno con carne picada y arroz (parecido a los niños envueltos árabes, salvo que el envoltorio no es con hojas de parra), Mamaliga (polenta), guisos con carne de cerdo, preparaciones varias con pollo y una fuerte presencia de papas (“kartofi”) . En algunos lugares, como la ciudad medieval de Sibiu, destacan las panaderías, y allí, mientras paseaba por su peatonal, comí panes con salchichas picantes, una masa frita (tipo sopaipilla) rellena de jamón y queso, y, cuando mi estómago ya estaba satisfecho, apareció un irresistible “Courig cu Caşcaval”, una trenza de masa rellena con queso de la cual difícilmente me vaya a olvidar.