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El año electrizante de Javier Milei y el trazo grueso de la historia / Newsletter de Mauricio Llaver

8 de diciembre 2024

Javier Milei está a punto de cumplir un año de gobierno, y probablemente nunca hayamos vivido 12 meses tan electrizantes en la Argentina. El vértigo de los cambios llega a veces al nivel del asombro, y lo notable es que ello nace de algo tan simple como que un presidente esté cumpliendo con lo que prometió en su campaña electoral. Los modos del presidente son espectaculares y desordenados, pero nadie puede alegar que ha sido engañado en cuanto al rumbo que ha tomado su gobierno.

La dimensión de los cambios es tan vasta que ni siquiera sabemos dónde estamos parados. Entre el DNU desregulatorio de los primeros días, la famosa Ley Bases y sus numerosas modificaciones en el Congreso, el Pacto de Mayo (que se firmó en julio), los anuncios diarios de Milei y los tuitazos de Sturzenegger anunciando desregulaciones, es probable que sólo unos pocos abogados o contadores estén al tanto de la vigencia de las nuevas leyes: hay que estudiarse todos los días el Boletín Oficial para tener un update más o menos claro de lo que está sucediendo. Ese es el ritmo demoledor de los cambios que estamos experimentando, y nada permite sospechar que se vaya a modificar en los próximos meses.

Los cambios que estamos viviendo son de todo tipo: en el paradigma político, en la economía, en nuestra relación con el Estado y en nuestra política exterior, para nombrar sólo unos pocos. Por primera vez en mucho tiempo, el 24 de marzo pasado se mostraron las dos caras de los años setenta; el virus invisible de la inflación, que nos empobrecía diariamente, está claramente en retroceso; en casa nos ahorramos el gasto de tres cédulas azules para usar un auto y lo hicimos en dos minutos con la app Mi Argentina; a Nicolás Maduro, dictador, nuestro gobierno le dijo que era justamente un dictador, sin ningún eufemismo. Son sólo pequeños ejemplos de cómo las cosas están cambiando en la Argentina, aunque su propia velocidad nos impida absorberlas en su totalidad.

La transformación es una fuente permanente de sorpresas, lo cual se intensifica con el estilo intempestivo del presidente de la Nación. De pronto, como una diputada cordobesa votó en contra de una ley, Milei echó al jefe del Anses por el solo hecho de ser su pareja; la canciller Diana Mondino, después de una votación en la ONU con argumentos provistos por la diplomacia profesional, fue eyectada en un par de horas de su cargo; hay ministros, secretarios, subsecretarios y embajadores cuyos nombres ni siquiera recordamos, que fueron despedidos de un minuto para otro. El Estado podrá ser grande o pequeño, pero necesita de una gestión. Y para que ésta se consolide, no es bueno que a cada momento veamos a funcionarios que pasen surcando por los aires.

La centralidad de Javier Milei ha sido tan extraordinaria que este año manejó la agenda política casi a piacere, y eso que sólo posee el 15% de los diputados y el 10% de los senadores nacionales. Con una dotación propia tan reducida, el presidente ha obligado a todos a seguir sus iniciativas o a proponer leyes destinadas principalmente a obstaculizar su agenda: presupuesto universitario, limitación de DNU y Ficha Limpia, como ejemplos más visibles. El poder aborrece el vacío, y los que pueden avanzan hasta donde los dejan. Milei parece saberlo bien, y tiene puesta en ello toda su energía desde el día uno de su mandato.

Para su arremetida en el poder, Milei logró desplegar un discurso lo suficientemente efectivo, flexible e inasible como para ser interpretado con suma facilidad: la Casta. La Casta pueden ser todos o uno solo a la vez, y puede abarcar una serie larguísima de actividades o estructuras de la Argentina corporativa, desde “los políticos” hasta “los empresarios prebendarios”, pasando por los sindicalistas de Aerolíneas Argentinas, los “econochantas” y “los mandriles”. Es un enorme acierto en materia de comunicación política, que conecta rápidamente con todos los que se sienten víctimas de alguien, y que tendrá que sobrellevar la abolladura que sufrió con la defección de algunos diputados de LLA en la votación de Ficha Limpia. Las próximas semanas serán clave en ese sentido: si Milei, como algunos anuncian, presenta un proyecto propio más duro que el del PRO y la UCR, habrá salvado su discurso; de lo contrario, habrá abierto una herida en su propio relato contra todo lo establecido.

Los números de la economía han mostrado unos resultados que, objetivamente, superan las expectativas más optimistas de hace sólo 12 meses. Basta recordar que la Argentina de Alberto, Cristina y Massa terminó con 42% de pobreza; inflación anualizada del 200%; tasas de interés del 110% nominal anual; déficit fiscal consolidado de entre 12 y 15 puntos del PBI; un dólar que en cuatro años saltó de $ 62 a $ 1.000 con una brecha del 200% entre el oficial y el blue; precios retrasados en combustibles y energía; y un manejo del dinero público basado en la emisión monetaria, la pérdida de reservas del Banco Central y el desfinanciamiento del Estado (devolución del IVA a los alimentos y eliminación del impuesto a las Ganancias, por ejemplo).

Hoy, la comparación con aquellos números macro es impresionante: la pobreza ronda el 50% (claro que subió, pero todos sabíamos que iba a ser una de las primeras consecuencias inevitables del ajuste, y la experiencia indica que bajará en la medida en que se consoliden las reformas); la inflación ha caído a un ritmo que el año próximo se situaría entre el 20% y el 30% anual (la proyección depende del economista, pero no hay dudas de que ya no tendrá un ritmo de infierno); las tasas de interés acaban de bajar al 32% anual (y permiten una fuerte recuperación de los créditos, empezando por los hipotecarios, algo así como la madre de todos los créditos); el dólar blue está más barato que el año pasado (repito: el dólar blue está más barato que el año pasado) y la brecha se está extinguiendo por estos días; los precios de combustibles y servicios públicos están normalizados entre un 80% y 90% (lo cual significa que se gasta menos en subsidios); el gobierno ha liquidado como un rayo flamígero las famosas bolas de Leliq, Lecap y tantos otros papeles, y el Banco Central ha pasado de un déficit de US$ -11.000 millones a casi un equilibrio en las reservas, con una acumulación casi diaria de dólares que no deja de despertar la curiosidad de los analistas.

De todo lo anterior, hay un par de datos que no deben ignorarse en el análisis. Uno es que, si alguien planteaba hace un año que íbamos a tener estos números como resultado de un ajuste homérico, la respuesta, probablemente, hubiera sido que alguien que encarara esas reformas tenía destino de helicóptero. Y lo otro es que la Argentina tiene superávit financiero, es decir que sus ingresos permiten pagar todos sus gastos más la deuda acumulada, y aun así queda plata. Hay que remontarse a muchas décadas para encontrar un escenario superavitario como el actual, ya que en la época de los famosos superávits gemelos de Néstor Kirchner no había deuda por pagar porque el país, sencillamente, estaba en default (otro dato que mejor no olvidar para un buen análisis).

Por supuesto que con estas reformas macro no alcanza, y hay un larguísimo camino por recorrer todavía, principalmente con una baja de impuestos que consolide la recuperación y compense los altos costos en dólares para la producción. Pero si toda la vida hemos dicho que el impuesto más grande es la inflación, no hay dudas de que la rebaja de ese tributo no computado ha sido de enorme relevancia.

La Argentina de diciembre 2024 es muy diferente de la de diciembre 2023, y la gran diferencia está en un elemento imposible de mensurar, como es el cambio de expectativas que se está produciendo en nuestra sociedad. Hemos pasado de un gobierno que aceleraba su descontrol a una cauta ilusión de que esta vez la cosa se puede dar. Porque el estilo excéntrico de Milei, su peinado imposible, su mirada inquietante, su sonrisa a veces perturbadora, sus insultos desbocados, sus improperios como marca registrada, mezclados con su imbatible convicción de que está en el camino correcto y un coraje incuestionable para seguir adelante contra todo y contra todos, sólo servirán si, en algún momento de los próximos años, los argentinos del común empiezan a pensar que quizás ya no haga falta rajarse, que tal vez se la pueda pelear desde adentro, y que el autito, la casita o la escuela de los chicos están un poco más a mano que en esta decadencia en cuotas que nos asfixia desde hace décadas. ¿Estamos más cerca o más lejos que hace un año de vivir en un país normal? Estamos más cerca, aunque andemos remontando a las piñas el tobogán del fracaso y la frustración. Ese trazo grueso de la historia será la medida de todas las cosas para estos tiempos indescriptibles que estamos transitando.

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