Empresas y Negocios

En tiempos de virus, la higiene digital es tan necesaria como la personal

El autor, experto en delitos cibernéticos, advierte sobre los riesgos para individuos y empresas de los ataques en entornos virtuales.

Por Jorge Litvin, especialista en cibercrimen y autor del libro “Hackeados” 

            A principios de año veíamos como el COVID-19 hacía estragos en países lejanos. Nosotros no nos sentíamos amenazados, hasta nos tranquilizaron diciendo que no llegaría hasta estos lados. Seis meses después ya llevamos más de tres en cuarentena y aislados.

            El virus llegó a la Argentina y sus consecuencias no se concentran en la salud ni pueden ser solucionadas exclusivamente con la medicina. Especialistas de distintas ramas advirtieron en aquel entonces lo mucho que sufriría la economía, lo propio hicieron quienes se dedican a la psicología, y en lo que a esta nota se refiere, técnicos y abogados advertimos que se incrementaría la actividad delictiva.

            Se preguntará: “¿Cómo, si en las calles no hay nadie?”. La respuesta es que la nueva generación de criminales ya no ataca a sus víctimas en la calle, lo hace en entornos virtuales.

            El más común de los delitos es el fraude. Campañas de phishing (correos o mensajes engañosos) en los que los criminales se presentan como Netflix, Apple, Mercado Libre o una entidad bancaria, entre muchos otros. Poniendo como excusa un premio o verificar información importante, se le requieren sus datos personales.

            Dependiendo del tipo de información que usted tenga a bien entregarles, podrán hacer compras utilizando sus credenciales, suplantar su identidad para cometer otros delitos o venderlos en el mercado negro 2.0, en donde los comprará otro delincuente que los usará para atacarlo por otro medio.

            En esos correos y mensajes bien maquillados como auténticos y “originales”  siempre hay un archivo a descargar o enlace, hacer clic es abrir la puerta y permitir que el delincuente pueda infiltrarse. Acceso ilegítimo a datos y correos electrónicos con información privada, sensible o confidenciales; secuestro de su sistema y la exigencia pagar una suma de dinero en criptomonedas para su rescate; extorsiones con la excusa de haberse infiltrado a su cámara web y tomar grabaciones íntimas y personales.

            Los menores de edad están entre los favoritos como “targets”. Siendo nativos digitales, utilizan y comprenden mejor a la tecnología que sus padres, pero la contracara es que son más inocentes, ingenuos y vulnerables. No piensan en las consecuencias de las aplicaciones que eligen descargarse, no miden el peligro de enviar una grabación o una imagen y no tienen en cuenta que no todo el mundo es quien dice ser en las redes sociales. Lamentablemente el grooming es uno de los delitos que más sucede, según las cifras oficiales.

            Las personas que transitan la tercera edad también son las más elegidas por los criminales. La mayoría eran reacios a hacer las cosas que acostumbraban físicamente en entornos virtuales. Obligados por el aislamiento y los avances -pero sin el conocimiento y el aprendizaje- tienden a actuar como si todo sucediera igual que en la calle. Correos electrónicos, llamados y mensajes vinculados a beneficios de ANSES son la maniobra preferida para hacerlos caer en algún fraude.

            Los locales comerciales ahora operan necesariamente a través de tiendas virtuales y se ha registrado una enorme cantidad de denuncias de vendedores que fueron engañados por compradores que recibieron los productos y luego solicitaron el contracargo al intermediario, dejando sin producto ni dinero al comerciante.

            Famosos, influencers y personalidades también fueron atacadas en redes sociales. Las hicieron caer en un engaño para tomar control de sus perfiles, venderlos o extorsionarlos; hasta para cambiar sus datos y aprovechar la cantidad de seguidores, lectores y contactos para cometer otros delitos desde el anonimato.

            Las empresas que manejan información confidencial y datos personales de los usuarios jamás estuvieron tan vulnerables como desde que se nos confinó al teletrabajo. Hasta el más agnóstico al homeoffice tuvo que adaptarse al cambio, pero el acceso remoto a los servidores de una compañía -usando los dispositivos y configuraciones hogareñas- es una tentación para los criminales que están detrás de esos datos. ¿El objetivo? Extorsionar, causar daño o la concreción de un espionaje empresarial para el que fueron contratados.

            Podría seguir ejemplificando, pero mi objetivo no es asustarlo, es alertarlo y concientizarlo. El aislamiento se irá relajando y el coronavirus eventualmente será controlado, a pesar de ello la “nueva normalidad” nos demanda un cambio. Así como a partir de ahora seremos más cuidadosos al lavarnos las manos, de las superficies que tocamos y llevaremos alcohol en gel a todos lados, también tendremos que incorporar nuevos hábitos en lo que respecta a Internet y cómo la utilizamos.

            Generar contraseñas robustas y no utilizar para todas nuestras cuentas las mismas, tener nuestro software actualizado, revisar a qué le damos acceso a una aplicación cuando la instalamos, alertar a los menores y mayores del anonimato, ser cauteloso con los vínculos que clickeamos y los archivos que descargamos, generar copias de seguridad de nuestra información cada tanto. Esos son solo algunos de los muchos hábitos a los que debemos acostumbrarnos.

            ¿No hay una solución por parte de la Justicia para estos casos? Por supuesto, casi todos los supuestos descriptos están criminalizados y pueden ser investigados. Lamentablemente en Mendoza el hostigamiento digital, la difusión no consentida de grabaciones e imágenes íntimas y la suplantación de identidad –que están entre las conductas más habituales que suceden en la actualidad- no fueron reguladas, por lo que no hay una respuesta legal.

            De todos modos debemos pensar que la Justicia investiga una vez que ya se causó el mal. Por lo cual a lo que debemos aspirar es a tener mayores recaudos de “higiene digital”, pues prevenir sigue siendo la mejor forma de evitar tener algo que curar. Aplica tanto al coronavirus como al crimen digital.

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