Mendoza

Ramón y la traición / Newsletter de Mauricio Llaver

El Honorable Diputado está pagando el haber engañado a muchos mendocinos de buena fe. La cuarentena viene torcida. En las empresas necesitan la bola de cristal. Guerra en el cielo (y eso que no hay vuelos). Y un vino, por supuesto.

6 de septiembre 2020

OH, LA TRAICIÓN. El tema de la traición se introdujo esta semana en la política mendocina de una forma espectacular, y tuvo como protagonistas a José Luis Ramón y a Mario Vadillo. Ramón es un personaje con aristas que dan para la mordacidad, pero ahora la cosa ya no está para chistes, porque su ex socio político no dejó dudas sobre los motivos de la ruptura. Los tuits de Vadillo fueron así: “Tanto esfuerzo de años para que los ciudadanos tuviésemos representación en el Congreso, para perderlo en manos de un traidor a los valores de la República”. Y trascartón, por las dudas de que no se hubiera entendido: “Protectora, y todos los que nos apoyaron, están manchados por esta traición”. Parece demasiada traición para un grupo tan pequeño, pero merece recordar un formidable párrafo de “El Topo”, de John Le Carré, donde el agente Mendel le dice a un atribulado Peter Guillam en un pub de Londres: “No olvides que Jesucristo sólo tenía doce seguidores, y uno era doble agente”.

UN PRECIO POR PAGAR. La semana ya venía cargadita, porque Ramón había declarado en C5N que su familia estaba recibiendo amenazas por sus posturas sobre la reforma judicial y el impuesto a la riqueza (y eso que se salvó con lo de Vicentin, porque el gobierno reculó). Aquí hay dos temas. Uno, que la condena por las amenazas a su familia tiene que ser unívoca, porque la familia no es responsable de las decisiones políticas de uno de sus miembros. Punto. Pero el otro, más difícil de desarrollar, es el del beneficio o castigo por ser consecuentes con lo que se promete en política. Y en eso, el Honorable Diputado Ramón está pagando -a través de una opinión pública muy extendida y viralizada- el no haber sido lo que prometió ser, el haberse vendido como independiente para ser un apéndice del gobierno, el haber engañado a muchos mendocinos de buena fe que lo pensaban como algo realmente distinto. ¿Qué hace un ciudadano al que usaron para llegar al poder para después transformarse en otra cosa? ¿Se las tiene que aguantar como un caballero, cuando el otro se le ríe en la cara? Ahí no es malo que la sociedad le exprese a Ramón, obvio que sin violencia, que hacer esas chantadas tiene su precio. Ramón tiene que saber que no se puede ser un traidor (lo dice su ex socio, ¿eh?), y después seguir como si nada, haciéndose el simpático con la Ramoneta, con su sonrisa canchera y su ponchito al hombro.

CUARENTENA: LA MANO VIENE TORCIDA. La semana pasada hablábamos de la frustración de volver atrás en la cuarentena, y la verdad que los anuncios del lunes fueron bastante livianos. Pero la mano viene mal, hay que decirlo. Los contagios suben, hay sensación de desborde sanitario, y ya no habría sorpresa si volviéramos a la antipática Fase 1. Es una especie de tormenta perfecta en la cual cualquier decisión perjudica a alguien: a la salud, a la economía, a las libertades individuales. Como para darle algo de perspectiva, y aunque hoy no nos sirva de consuelo, es bueno saber que en Mendoza hemos tenido más días de libertad relativa que en muchos otros lugares el país. Por las dudas, disfrutémoslos por ahora lo mejor que podamos. Y cuidándonos como corresponde, por supuesto.

LA BOLA DE CRISTAL. Una lectora calificada de esta columna, de una bodega que recibe turismo importante, me mandó un mensaje en el que se refleja mejor que nada lo difícil que es tomar decisiones en las empresas: “Nosotros ya estamos un poco resignados, encima preparando presupuestos para 2021 en este contexto. El que me toca armar es el de Hospitalidad. Imaginate, necesito la  bola de cristal, a ver si abre el aeropuerto, si vienen nacionales, extranjeros, qué precios podremos poner y el costo creciendo exponencialmente”. Y remata con el drama que subyace a todo: “Por ahora mi foco está puesto en la cruzada de mantener los puestos de trabajo de la gente”. Nada que agregar.

¿CONFIANZA? ¿QUÉ CONFIANZA? Cualquier economista, empresario o consumidor sabe que para invertir o gastar un pesito, las cosas tienen que pintar para el futuro mejor de lo que están ahora. A eso se le llama “expectativas” o “confianza”. En agosto, más de cuatro millones de argentinos compraron el cupo de 200 dólares que habilita el gobierno nacional, y eso que le adosan el “Impuesto País”. La ecuación es simple: si cuatro millones de personas corren con 20 mil pesitos para refugiarse en el dólar, ¿cuál puede ser la confianza que tengan en el futuro de su economía? Una idea genial que se me ocurre es que el gobierno anunciara un plan económico, a ver si revierte alguna expectativa. Pero parece que no está para ideas tan sofisticadas.

CIELOS MOVIDOS, Y ESO QUE NO HAY VUELOS. Los cielos están más movidos que nunca, y eso que casi no hay vuelos. Mejor dicho, casi no hay vuelos en Argentina, porque cuando se mira el mapa mundial las cosas se están normalizando rápidamente. Con diferentes modalidades, Qatar Airways y Emirates anunciaron que cancelan rutas con Argentina. Se suman a Air New Zealand y a Latam. Y por si esto fuera poco, hay una tormenta sorprendente en Aerolíneas Argentinas, según el sitio Aviación News: la dirección está avanzando para modificar parcial o totalmente los convenios colectivos, especialmente los de “vuelo”. Particularidad I: es un buen momento, porque como no hay vuelos, no puede haber medidas de fuerza. Particularidad II: los gremios habían celebrado como nadie la llegada de este gobierno, sencillamente porque son del palo. ¿Cómo seguirá la historia? Habrá que esperar a que se descongele la cuarentena. Pero ahí enfrentamos otro escenario: que cuando vuelvan los vuelos, con muchas menos opciones de competencia, vuelvan los paros salvajes.

Y UN VINO, POR SUPUESTO. Con el Federico López Gran Reserva tengo dos anécdotas buenísimas, gracias a haberlo servido en un decanter sin mostrar de qué vino se trataba. La primera fue con un gran enólogo argentino, quien me dijo que le parecía un Saint Emilion. La otra, con un grupo de amigos que tiraron que era español, francés o chileno (uno de los presentes lo terminó incorporando en la carta de su restaurante). Y resulta que el vino es de Maipú, un corte Cabernet Sauvignon-Merlot que, como queda explicitado, puede parecer un gran vino de cualquier otro lugar del mundo. Eduardo López me contó una vez que su nacimiento fue casual. En la crisis del 2001 (que hasta ahora era nuestra peor crisis…) una empresa les había encargado un corte especial para sus regalos de fin de año. Pero al final no hubo regalos, y el vino quedó. Por suerte para todos los demás. Porque lo bautizaron con el nombre del hijo del fundador, le pusieron una de esas etiquetas sobrias, típicas de sus grandes vinos, y sacaron al mercado un néctar formidable, sedoso, súper amigable con el paladar y que queda un largo rato en la boca, como para que el disfrute sea más largo. En la propia bodega aconsejan decantarlo una hora antes, pero yo me animo a contradecirlos y decirles que mejor que sean unas tres o cuatro horas. Y me la juego sin contemplaciones: a $ 3.500 al público, es un vino inmenso de la vitivinicultura argentina tradicional, que le dio felicidad a tantos consumidores durante tantas décadas.

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