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Si algunas paredes hablaran, sorprenderían. Y si, un día, alguien se animara a cantarle “la justa” a su jefe, más de uno se quedaría con la boca abierta. Una consultora salió a preguntarle a la gente qué le gustaría decirle a su superior pero se contiene. “Dejame trabajar tranquilo” fue la frase más votada. Y, después del fastidio por la marca personal, una de arena: “Te agradezco las posibilidades que me brindás”.
En preguntas abiertas, realizadas a 589 personas, mayores de 18 años, empleados de empresas de primer nivel, las respuestas elegidas giraron alrededor de la capacidad. Después del pedido de tranquilidad, con el 18 por ciento, y el agradecimiento (17), la tercera respuesta más votada fue “sos un chanta”, con el 15. El 12 por ciento de los encuestados aseguró que, si pudiera, le diría: “¡No entendés nada!”. Un 9, en cambio, le agradecería “la paciencia” y casi el mismo porcentaje (8) le pediría que no fuera “tan controlador”.
“Hay una relación amor-odio con el jefe”, explica Nora D’Alessio, socióloga y vicepresidente de D’Alessio/Irol, firma que realizó la encuesta. Por un lado, los jefes parecen extenuar la paciencia de sus subordinados. Pero, por otro, sus empleados saben que, si no llegan a un buen acuerdo con ellos, las posibilidades de progresar en la organización se verían disminuidas.
El reconocimiento, también, fue lo más valorado en un relevamiento sobre hábitos laborales realizado por el grupo RHUO y la Universidad Abierta Interamericana (UAI). El 30,1 por ciento de los consultados pidió jefes que reconozcan lo que hacen bien y corrijan lo que hacen mal. “La idea de coaching está muy presente: la figura de alguien que acompañe en el crecimiento profesional”, dice Mariela Aliandri, gerente de Capital Humano de Grupo RHUO, según indica el sitio Apertura.com
En esa búsqueda del jefe ideal, la otra cualidad más votada fue “que sea claro en la comunicación de las ideas”. El punto fue pedido por el 20,6 por ciento, casi el doble de los que reclamaron cuestiones más terrenales, como que defienda el sueldo o las vacaciones de sus subordinados (11,8 por ciento); o el triple del 5,7 que pidió un jefe que respete los horarios y las funciones de cada uno.
“La gente no quiere ‘jefecitos’”, afirma D’Alessio. Asegura que los empleados piden reglas claras y una autoridad que, sin asfixiar, conduzca a buen rumbo su trabajo. “Los jefes no son amigos: son jefes”, afirma y agrega que no todas las políticas de confraternización son exitosas. “¿Yo qué sé si la persona que trabaja conmigo tiene ganas de pasar tiempo extra laboral en un after office y no de estar con su familia, a la que no ve desde las 7 de la mañana?”, se pregunta.
Para Aliandri, un jefe respetado por la tropa asegura una productividad difícil de alcanzar con cualquier otra política corporativa: “La gente se compromete con las personas, no con las empresas. En esa fidelidad, reside gran parte del capital humano de una organización”. Una camiseta de la que, muchas veces, es difícil encontrar un talle que les quede a todos.