Mendoza

«The White Lotus» y un viaje a Sicilia / Newsletter de Mauricio Llaver

En la excelente serie “The White Lotus”, que se puede ver en el streaming de HBO, la segunda temporada transcurre en Sicilia. No voy a “spoilear” absolutamente nada, pero haberla visto me recordó a mi viaje por allí, que relato en un capítulo de “Viajes con el alma despierta”. El libro se consigue en García Santos (Avenida San Martín 921 de Ciudad, teléfono 4292287) y en el sitio web de Tinta Libre Ediciones (el link para la compra es https://tintalibre.com.ar/book/1332/Viajes_con_el_alma_despierta). En el sitio, el libro puede ordenarse en papel (con envío a domicilio a cualquier parte del país) o en e-book. También está disponible en Mercado Libre y Amazon.

A continuación, reproduzco el capítulo sobre Sicilia.

                    

EN SICILIA, POR LA RUTA DE “EL PADRINO”

En “La Odisea”, mientras regresa a Ítaca, a Ulises lo atacan los monstruos Escila y Caribdis mientras navega por un estrecho en busca de su amada Penélope. La leyenda dice que ese lugar es el Estrecho de Mesina, entre Calabria y Sicilia, y yo he navegado dos veces por ahí.

La primera fue de pasada, en un crucero que iba al Mar Egeo. Pero la segunda, en un ferry entre Regio de Calabria y Mesina, fue parte de un viaje deliberadamente programado no sólo para conocer Sicilia, sino para hacer una especie de “Ruta de El Padrino”.

He visto un millón de veces la trilogía de Francis Ford Coppola, tengo copias del guión original de la primera de las películas (escrito a máquina, comprado en Hollywood), y libros varios sobre esa maravilla cinematográfica. Así que antes de pisar tierra siciliana ya sabía que tenía que ir por lo menos a Savoca, a Corleone y al Teatro Massimo, en Palermo.

En Savoca (en un desvío del camino entre Mesina y Taormina) está el Bar Vitelli, donde se filmó la escena en que Michael Corleone conoce a la familia de Apollonia. Michael manda a preguntar por una muchacha que lo había enamorado mientras se cruzaba en su camino, y resulta que el dueño del bar es su padre. Escucha unos gritos entre el padre y los hermanos y, calmadamente, lo manda a llamar con sus custodios. “Me llamo Michael Corleone y mucha gente pagaría por esa información, pero en ese caso su hija perdería un padre en lugar de ganar un marido”.

Enfrente del bar hay una suerte de monumento de metal en homenaje a Coppola. El bar está igual que cuando se filmó la película, a principios de los años 70’s, y en las paredes interiores hay fotos de la filmación. Ahí nos tomamos unas granitas de frutilla, que habían enloquecido al equipo de filmación. Mientras las degustábamos en la misma mesa de la película, el mozo me preguntó de dónde era, con una sonrisa en la que mostraba que a todos les preguntaba lo mismo.

Con mi esposa Paula, en el Bar Vitelli.

Savoca fue lo primero que hicimos después de tomar el auto en Mesina, y de ahí bajamos hasta Taormina. Qué belleza de ciudad. Tiene una larga peatonal llena de tiendas, bares, restaurantes, terrazas con vistas al Mediterráneo, que desemboca en un Teatro Griego. En Sicilia hay más monumentos griegos que en la propia Grecia. Arquímedes nació en Siracusa y Esquilo representó allí su Orestíada, y murió en otra ciudad de la isla, llamada Gela.

En la peatonal de Taormina comimos los primeros arancini, unas bolas de arroz, apanadas y fritas, que pueden tener distintos rellenos (jamón, mozzarella, carne). Son típicas de Sicilia, y no hay nada como andar caminando por un lugar como ese con una arancina en la mano.

Taormina fue una pasada hermosa. Y al otro día apuntamos para Siracusa.

Con Mauricio, Paula y Ludmila en la peatonal de Taormina. Allí se filmaron varias escenas de «The White Lotus».

Siracusa, “la yugular”

Siracusa tiene una importancia histórica colosal, que va desde una catastrófica derrota de los atenienses contra los espartanos en la Guerra del Peloponeso, hasta una disputa entre los Aliados en la Segunda Guerra Mundial por designar a quién desembarcaba por esa ciudad (el general Patton aseguraba que Siracusa era “la yugular de Sicilia” y que quien la controlara, controlaría toda la isla. Presionó a Eisenhower para ser él quien llegara por ahí, pero designaron al británico Montgomery. Internas hay en todas partes).

La primera impresión no fue muy buena, y creí que había llegado a la “Italia atrasada”, la del Sur, de la que todo el mundo habla, empezando por los propios italianos. Pero era que el hotel quedaba un poco lejos de la zona más linda. Después de haber caminado un rato por algún barrio secundario, empezamos a ver negocios de marcas internacionales, mejores calles, una atmósfera diferente, un café encantador frente a una iglesia (donde nos tomamos el Aperol Spritz obligatorio) y de pronto estábamos en el muelle. Que nos gustó tanto que lo caminamos por la tarde y decidimos volver a él después de ir un rato a descansar al hotel.

Qué hermoso es el muelle de Siracusa por la noche. Bares, restaurantes, toldos, luces que cuelgan, música, cientos de barcos y yates atracados, y gente que iba y venía, tranquila. Y un plato de pez espada que me esperaba para la cena, con el vientito del mar y un vino blanco fresco, de no sé qué cepa, pero eso era lo que menos importaba.

En el Valle de los Templos.

El Valle de los Templos, sentirse como en Grecia

Pero Sicilia es grande y todavía quedaba mucho por andar. Andábamos en un auto alquilado estupendo, un Volvo, y mi hijo Mauricio ya conectaba sus canciones al Bluetooth (uno pierde la noción, pero esas cosas no existieron siempre). Y me acuerdo de que, mientras andábamos por las rutas sicilianas, me pegó de lleno “There’s a place”, una canción de los primeros tiempos de los Beatles.

A la canción ya la conocía, pero los viajes tienen la particularidad de que en algún momento aparece una canción y queda asociada para siempre con ese recuerdo. Desde entonces, “There’s a place” es inseparable para mí de Sicilia.

Llegamos a Agrigento una tardecita, y mientras nos acercábamos a la ciudad, desde la ruta vimos a lo lejos unas luces que nos dejaron impactados. Era el Valle de los Templos. A la mañana siguiente, apenas desayunamos, partimos para allá.

La primera comprobación fue que, en Sicilia, la Grecia antigua está por lo menos tan viva como en la Grecia actual. El Valle tiene un Partenón que, habiendo conocido también el de Atenas, me atrevo a decir que es por lo menos igual de hermoso y que está tan bien conservado como el otro. Cuando uno piensa en Sicilia no se imagina esto, pero en Agrigento uno se siente como si estuviera en Grecia.

Años después, en un documental sobre el escritor siciliano Andrea Camilleri, creador del personaje del detective Montalbano, Camilleri contaba que durante la Segunda Guerra Mundial estaba un día en el Valle de los Templos y observó a un fotógrafo que se tiraba al piso para tomar fotos desde todos los ángulos. En ese momento empezó un bombardeo, y mientras corrían para refugiarse, el fotógrafo le pasó su tarjeta personal: “Robert Capa”.

Robert Capa fue uno de los grandes fotógrafos del Siglo 20, y una imagen suya, de un hombre impactado por una bala que abre sus brazos y deja caer un fusil, es la más emblemática de la Guerra Civil Española. También participó del desembarco de los Aliados en Normandía, así que evidentemente sabía estar en lugares interesantes.

El cartel que todos buscan para la foto.

Una larga subida hasta Corleone

Y entonces me quedaba nada menos que Corleone. Los fans de El Padrino sabemos que a Don Vito Corleone le ponen ese apellido por equivocación en la aduana de Nueva York, cuando llega en un barco de inmigrantes huyendo de los mafiosos que habían matado a su madre y a su hermano. Como no hablaba, el guarda de aduanas le mira una etiqueta en la que dice que proviene de Corleone, y le pone “Corleone” de apellido (en la Argentina hay muchas historias parecidas de inmigrantes).

Corleone nos obligó a hacer un desvío entre Agrigento y Palermo, pero para eso me había estudiado toda la ruta y tenía el GPS. Fue una subida larga para llegar a un pueblito chiquito, pero me di el gusto de sacarme la foto en el cartel de entrada de la ciudad. Es como una contraseña para fanáticos. Después aprovechamos para ir al supermercado y dar una vueltita por las calles. Yo miraba a los lugareños, tratando de encontrar alguna señal especial. Pero no, nada. Estarían hartos de que todos los consideraran como mafiosos, pero tenían que seguir viviendo.

El punto final de la vuelta siciliana era Palermo, la capital. Con una atención especial en el Teatro Massimo, en cuyas escaleras se filmó el final de El Padrino III, con una escena que cada vez que la vuelvo a ver, me produce escalofríos.

Comiendo chinchulines en el mercado de Ballaró, en medio de un hermoso griterío musical.

Palermo, entre las escaleras del teatro y los ruidos del mercado

El departamento que alquilamos por Airbnb estaba a media cuadra del Teatro Massimo. Y en realidad, más que el teatro, me interesaban las escalinatas de la entrada, porque ahí se filmó la escena final del El Padrino III.

He visto fotos de la filmación, en las que Coppola está subido a una grúa, para tomar desde arriba la escena de la escalinata. No tengo problemas en spoilear ese final: la familia Corleone sale del teatro, después de una noche triunfal en que el hijo interpreta la Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, y un asesino a sueldo le dispara a Michael, pero en realidad le pega el balazo a su hija. El jefe de la familia observa la sangre en el pecho de su hija, se toma la cabeza, y lanza un grito de horror mudo, paralizante, estremecedor, cuando comprende que lo ha perdido todo.

Yo tenía que estar ahí. Y estuve. Y de paso, en la vereda del teatro, nos comimos unas granitas.

Palermo es menos rústica de lo que el prejuicio puede hacer suponer. Tiene una muy linda peatonal comercial con un cruce llamado Cuatro Esquinas, con cuatro edificios de vaya a saber cuántos siglos. Y una marina muy bonita, para tomarse unos tragos a la orilla del Tirreno con los yates y barcos a la vista.

Me acuerdo de una librería formidable, en el centro, en la que me pasé un largo rato. Tenía muchísimos, pero muchísimos libros sobre el tema de la mafia. Historias, ensayos, atentados famosos. Yo pensaba que el tema podría ser un poco tabú, pero la librería me mostró todo lo contrario. Y no me compré una edición de lujo de El Padrino, con fotos de las filmaciones en Sicilia, porque era enorme y debía pesar como cinco kilos (como me suele suceder, después me arrepentí).

Palermo tiene también algo que es un espectáculo en sí mismo: el mercado de Ballaró. 

Yo trato de ir a los mercados en todos los lugares que visito, y todos son ruidosos y pintorescos. Pero este está en Sicilia. Y eso es único e irrepetible.

Mientras nos esquivaban motitos entre cada puesto, y nos ofrecían todos los productos de la isla en medio de un griterío musical, en una esquina escuchamos una voz como de tenor, que cantaba a todo volumen mientras asaba fegatelli di vitello. Traducido: chinchulines de ternera. Lo miré a mi hijo Mauricio y desarrollamos el siguiente diálogo:

“Esto no me lo pienso perder”.

“Acabamos de desayunar, papá”.

“Sí, pero estamos en el mercado de Palermo”

“Tenés razón”.

Estaban buenísimos, crocantes, hechos en una parrillita a carbón.

Los folletos decían que Ballaró funciona desde hace mil años y que es el mercado más antiguo del mundo. Pero no me cierran los números, aunque tenga gran simpatía por el marketing turístico. ¿Sólo mil años y va a ser el más antiguo del mundo? ¿Qué hacemos con los de la Mesopotamia asiática?

Pero no importa. Fue todo un espectáculo.

Sicilia me fascinó, y volvería todas las veces que pudiera. Como gran final, ya en el aeropuerto de Palermo para embarcarnos hacia Roma, encontramos que había un piano de cola, en el que se sentaba quien quisiera y tocaba su música. Todos cantaban y las sonrisas se dibujaban solas. No crean linealmente eso de que la Italia del Sur es tan atrasada. Es encantadora. Algo que también había comprobado en Nápoles.

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