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Vas al banco, usas tu huella dactilar; realizas una transferencia, usas un dispositivo electrónico además de tu contraseña para Internet; luego ingresas a tu correo, usas otra clave; así para Facebook, Twitter y todas tus redes sociales…
Hoy es común tener contraseñas para todo, pero según un equipo de investigadores de la Universidad de Binghamton, en Nueva York, esta realidad podría cambiar en un futuro no muy distante.
A través de múltiples pruebas a 45 voluntarios, los científicos se dieron cuenta que cada uno de los voluntarios activaba diferentes zonas del cerebro al reaccionar a la lectura de acrónimos comunes como FBI o DVD. De acuerdo a la revista académica Neurocomputing, cada cerebro identificaba las siglas de forma distinta, entregando patrones cerebrales únicos, tan irrepetibles como las huellas dactilares, los que podrían ser usados potencialmente como contraseñas personales, según informa FayerWayer.
«Si la huella digital de alguien es robada, esa persona simplemente no podrá regenerar su dedo para sustituir la huella digital en peligro. Las huellas dactilares no son cancelables. Las huellas cerebrales («brainprints» en inglés), por el contrario, son potencialmente cancelables. Así, en el improbable caso de que los atacantes pudieran robar una huella cerebral, el usuario autorizado podría ‘resetear’ su huella», aseguró Sarah Laszlo, profesora asistente de psicología y lingüística, e integrante del proyecto a TechCrunch.
Claramente esto está pensado en sistemas de alta seguridad, aunque en un largo plazo podrían ser incorporados a sistemas masivos. Primero se debe mejorar el porcentaje de exactitud, además de desarrollar un sistema o escáner cerebral que permita leer estas reacciones para verificar la identidad de la persona.

La urgencia muchas veces tapa lo importante. Tantas crisis, guerras y violencia inundando los diarios y noticieros del mundo entero están haciendo pasar casi inadvertida información muy importante que viene de los EEUU. El presidente Obama le ha solicitado al Congreso la aprobación de una partida de U$ 100 millones para que sirvan de punto de partida para el financiamiento del proyecto BRAIN.

Así como hace unos años el dinero público fue crucial para culminar con los estudios vinculados al ADN y poder así desentrañar el genoma humano, con las consecuencias infinitas que esto tendrá para nuestra especie, la decisión de financiar estos estudios exhaustivos del funcionamiento de nuestra mente viene a llenar un vacío notable y que cuesta creer que todavía exista.

Sabemos muy poco o nada respecto de cómo funciona el comando central de nuestro organismo. La medicina de hoy entiende sobre este tema lo mismo que la ciencia de hace un par de siglos atrás entendía sobre el resto de nuestro organismo. En aquellos tiempos médicos y fisiólogos, más por experiencia y práctica que por teorías científicamente comprobadas, intuían algo sobre los distintos órganos y sistemas. Se diagnosticaba muy mal y peores eran las terapias para resolver los problemas respiratorios, circulatorios, hepáticos, cardíacos, óseos y poder mejorar la salud. Más cerca de los curanderos o de los brujos, recomendaban recetas increíbles para las distintas dolencias.

Algo parecido sucede en estos días con nuestro cerebro. Es muy poca la información que se tiene sobre las diferentes patologías que lo afectan. Tampoco se sabe a ciencia cierta cómo funcionan sus componentes, sus relaciones y conexiones y las reacciones químicas que se producen. Este proyecto BRAIN, coordinado por varias universidades y centros de estudio de altísimo nivel, pretende llenar este vacío a través del mapeo exhaustivo de todas las neuronas y de sus ramificaciones para tratar de entender al detalle su funcionamiento.

Hace ya tiempo que podríamos haber realizado este mapeo y sólo hacía falta esta decisión de unir esfuerzos y planificar una acción coordinada. La increíble evolución del diagnóstico por imágenes habilita la posibilidad de estudiar en detalle la composición de nuestro cerebro y su funcionamiento, frente a determinados estímulos.

Muchos sostienen, en una especie de romanticismo exagerado, que una vez que entendamos nuestra mente en profundidad y podamos resolver sus problemas y falencias, los enfermos tendrán una vida mejor pero tal vez la humanidad pierda genios y figuras. Beethoven, Picasso, Mozart, Van Gogh, tal vez no hubieran sido lo que fueron si algún estudio oportuno hubiera detectado algún problema que se hubiera resuelto a tiempo y seguramente nadie recordaría sus nombres ni mucho menos su obra, la que probablemente no existiría. Pero ellos como personas, hubieran vivido en una forma más normal y placentera.

También se especula que abriendo esta puerta se puede ingresar a un ámbito muy peligroso: la manipulación o control de las emociones. La píldora del amor, la receta para exasperar el nacionalismo o el odio racial, la incitación compulsiva y química a determinados consumos, hasta la elección de nuestros líderes se podría manipular fácilmente una vez que se conociera el proceso interno, las reacciones químicas y las conexiones neuronales que motivan nuestro accionar.

Pero estas opiniones contrarias se dan siempre que se avanza en el conocimiento humano. Mucho más si el paso es trascendente y surgen los miedos a sistematizar y entender lo que antes era magia. Ya lo hemos comprobado hasta el hartazgo, cuando nos dimos cuenta de que la tierra era redonda, que el sol no giraba a su alrededor, que el hombre podía volar y tantos otros avances.
Como dijo Obama al solicitarle al Congreso estos fondos, no es concebible que podamos entender el funcionamiento del mundo subatómico o que sepamos sobre galaxias ubicadas en el otro extremo del universo y no entendamos nada de lo que sucede en ese kilo y medio de carne y materia que todos tenemos entre nuestras orejas y que nos ha permitido ser la especie dominante del planeta en que vivimos.

*Extraído de Infobae.com

Luis Rosales

Es periodista, autor del libro “Otra oportunidad (La Argentina en un mundo bipolar)”, ex presidente de la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP) y ex candidato a gobernador de Mendoza.