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Evo Morales

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(AP) – Pocos meses después de ser reelegido con más del 60% de los votos, Evo Morales encara repentinamente una fuerte oposición.
Pero no viene de los empresarios conservadores que cuestionan desde el comienzo su retórica socialista, sino del propio movimiento indígena «anticolonialista» que lo llevó al poder hace ya casi una década.
Candidatos opositores ganaron las alcaldías de ocho de las diez ciudades más importantes de Bolivia, añadiendo dos a las seis que ya tenían. El partido político de Morales Movimiento al Socialismo, o MAS, conservó las alcaldías de solo dos capitales estatales de poca relevancia, Sucre y Potosí.
Más importante todavía, una antigua estrella naciente del círculo íntimo de Morales que se pasó a la oposición obtuvo la gobernación del estado de La Paz, el más poblado de Bolivia, sede de la capital y bastión del poder indígena.
Félix Patzi, un indígena aimara igual que el presidente, fue el primer ministro de Educación de Morales. Un arresto por manejar en estado de ebriedad frustró su campaña en busca de la gobernación en el 2010. Pero el académico volvió a la carga desde la oposición y salió airoso cinco años después.
«Está emergiendo una oposición del mismo seno del MAS, que mantiene las mismas bases discursivas y simbólicas pero propone una diferencia en la administración», dijo el profesor de Ciencias Políticas Marcelo Silva, de la Universidad Pública de la Paz.
Así, cuando Moralesl tome juramento el próximo 31 de mayo a alcaldes y gobernadores elegidos en una segunda ronda electoral realizada el tres de mayo, instalará a figuras que sacaron provecho del descontento con su partido.
El MAS no sólo se vio afectado por escándalos de corrupción y un sistema judicial muy cuestionado, sino que hay quienes dicen que el mandatario ya no defiende los intereses de todos los indígenas por haberse acercarse a sectores con los que solía antagonizar en su intento por ganar una tercera reelección presidencial.
El mandatario se unió a los empresarios agroindustriales, enemigos declarados de su primer gobierno, para conquistar a los electores de Santa Cruz, ciudad motor de la economía boliviana. Lo mismo hizo con el principal sindicato campesino, la Central Obrera Boliviana, y con los mineros independientes agrupados en cooperativas.
A cada uno los cortejó a su manera: a los empresarios les facilitó créditos y exportaciones, promovió una Cumbre Agropecuaria anual y prometió duplicar la frontera agrícola talando bosques, propuesta que muchos indígenas tacharon de contradictoria con el discurso de Morales de proteger a la Madre Tierra, o pachamama.
A los sindicalistas les construyó un hotel, que tiene un vistoso busto del mandatario, para que sus dirigentes pudieran llegar a La Paz a sus reuniones nacionales, y les regaló camionetas SUV, entre otras prebendas. Las cooperativas mineras obtuvieron exenciones fiscales y una ley que les permite aceptar la inversión extranjera, algo poco ortodoxo para los gobernantes socialistas.
Sus detractores lo acusan asimismo de haber ignorado selectivamente la Constitución aprobada en el 2009 que le da autonomía parcial a los 36 grupos indígenas del país.
«Hay mucho malestar con la forma en que se está manejando el poder», afirmó Jim Shultz, director del Centro de la Democracia, una organización sin fines de lucro con sede en Cochabamba que promueve la justicia social.
Las derrotas del oficialismo no marcan un punto de inflexión en la política boliviana pues el mandatario aún conserva mayorías en el Parlamento y el poder local. Pero los resultados indican que «se está gestando un recambio por más que la oposición siga dispersa y sin un proyecto nacional frente al partido gobernante», dice el periodista, profesor y columnista José Antonio Quiroga.
Morales reconoce que la corrupción, que involucra sobre todo a empresas estatales y abusos de jueces y fiscales, perjudicó mucho a su movimiento. Y si bien parece a salvo de esas sospechas, la percepción es que su gobierno no hace lo suficiente para investigar y castigar oportunamente la corrupción, según analistas.
«Si hemos perdido en algunas regiones ha sido por errores nuestros», reconoció Morales. «Me duele que hayamos perdido en La Paz, (donde) hubo acusaciones de corrupción. Si hubo voto castigo, felicito al pueblo paceño», agregó el mandatario, quien al mismo tiempo aseguró que el «MAS no ha caído y sigue siendo el partido más grande de la historia».
El triunfo de la oposición incluyó la victoria de Soledad Chapetón como alcaldesa de El Alto, ciudad pegada a La Paz, como candidata del movimiento opositor más representativo en el Congreso. Chapetón derrotó a un candidato oficialista que fue filmado supuestamente recibiendo sobornos.
«El gobierno se está desgastando por sus propios errores, se está quedando con aquellos indígenas que hablan bien y bonito de Morales, muchos otros están distanciándose porque ven atropellos e imposiciones y una mentalidad colonial», sostuvo Adolfo Chávez, ex presidente de una confederación indígena de oriente y ex aliado de Morales, con quien rompió en el 2011 luego de que el mandatario generó las iras de grupos de indígenas al apoyar una carretera transamazónica que cruzaba un territorio indígena sin consultar con los nativos.
Otro escándalo que estalló durante la reciente campaña puso en evidencia las componendas que hay en un fondo indígena del gobierno que financia proyectos agrícolas y de otros tipos con dinero de la industria del gas natural, base de la economía boliviana.
La contraloría del estado dijo que se robaron 10 millones de dólares a través de proyectos inexistentes o más chicos de lo que se decía, como una plantación de ajo que no generó una sola planta o un proyecto de cría de ovejas en el que se entregaron ovejas enfermas.
Cuando fue reelegido para un tercer período en octubre pasado, el principal rival de Morales era un magnate de la industria del cemento y las comidas rápidas, Samuel Doria Medina, representante de las elites tradicionales. Morales no puede postularse para otro mandato sin que se modifique la Constitución, pero si sortease ese obstáculo y presentase su candidatura en el 2019, probablemente enfrentaría un panorama muy diverso y su mayor contrincante podría ser un indígena.
La noche después de su victoria en la primera ronda, el 29 de marzo, Patzi se declaró a sí mismo el candidato a vencer en las próximas elecciones presidenciales.
«No tengo duda que la gran batalla será en los comicios presidenciales de 2019», dijo Patzi, el más distinguido académico del círculo íntimo de Morales, cuya carrera política pareció en ruinas cuando fue expulsado del partido oficialista por conducir en estado de ebriedad. Cinco años después, sin embargo, asoma como un contrincante de cuidado para Morales.
Patzi se presenta como el verdadero abanderado la causa indígena, dice que no cree en el socialismo ni en el capitalismo y propone recuperar prácticas tradicionales andinas. Pero como gobernador tiene pocas posibilidades de llevarlas a la práctica pues tendrá una asamblea legislativa local oficialista, y carece, además, de autonomía política y económica.
Siendo Ministro de Educación de Morales, impulsó una reforma educativa que obligó a la enseñanza de idiomas nativos y de ritos ancestrales en la escuela. Es autor de una decena de ensayos políticos y sociológicos en los que propone recuperar las prácticas políticas y económicas tradicionales de los pueblos alto-andinos.
«Morales encarnaba esos ideales», dice Patzi, de 48 años, casado y padre de seis hijos. «Sin embargo, hay frustración en la gente. La corrupción fue un elemento que ayudó a la derrota, pero lo que vemos es una decadencia del MAS, un proyecto estancado y agotado. La lucha política en los próximos años será entre los liderazgos emergentes y Morales».
Patzi cree que ha llegado la hora de dar vuelta a la página y que él es la figura llamada a reemplazar al mandatario y recuperar la causa indígena.
La gran pregunta es si Morales va a propiciar una reforma constitucional para lanzarse a una nueva reelección. Sin Morales, analistas como Shultz piensan que el MAS tendrá un descalabro electoral.
«Sin Evo tendrían un problema», dijo.

«Este triunfo está dedicado a Fidel Castro, dedicado a Hugo Chávez, que en paz descanse, a todos los presidentes y gobiernos antiimperialistas y anticapitalistas». Evo Morales pronunció esas palabras la noche de su segunda reelección, hace dos domingos, y uno podría pensar que Bolivia se ha transformado en un país de izquierda radical. Pero no es eso lo que dicen los hechos, por lo cual el fenómeno de Evo es todavía mucho más interesante.
El presidente boliviano es de origen indígena y cuando llegó al poder, en enero de 2006, su condición generaba desconfianza en muchos sectores, hasta llegar incuso al nivel de la subestimación. Pero su presidencia ha sido extraordinaria por un par de razones aparentemente contradictorias. Una es que nunca se apartó de su discurso original, y nacionalizó actividades como el gas y el petróleo, algo que había prometido hacer. La otra es que, mientras cumplía con ese ideario, generaba confianza en los sectores empresarios de Bolivia y del resto del mundo, por lo cual nadie dejó de invertir en el país. Tal vez todo esté simbolizado en que en esta reelección (con el 61 por ciento de los votos) el presidente ganó en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más rica del país y la que más se le resistió en un principio. Lo de Evo es notable entonces porque no sólo mantiene el apoyo del campesinado sino que va sumando el de los empresarios, nativos y extranjeros.
Los números de Bolivia de los últimos años son notables: el Producto Bruto Interno creció desde $9,500 millones en 2005 a $33,000 millones en 2013; los ingresos por exportaciones subieron desde $2,000 millones a $10,000 millones, y las reservas internacionales son las mayores de su historia: $15,000 millones; la pobreza extrema se redujo en 20 puntos en las zonas rurales y en 10 puntos en las zonas urbanas; el desempleo ha caído del 9 por ciento al 3 por ciento.
Bolivia, además, se ha convertido en una suerte de niño mimado del Fondo Monetario Internacional (FMI), que no despierta precisamente simpatías en América Latina. El FMI estima que el país será el de mayor crecimiento en la región en este año y señala que el salario básico creció de 72 a 206 dólares. Dentro de la política distributiva de Morales se destaca que creó bonos para ancianos, madres y estudiantes, que se duplican cada vez que el Producto Bruto crece por encima del 4.5 por ciento anual.
Esas cifras sólo son posibles por la combinación de un crecimiento fuerte y una voluntad política de repartir sus beneficios. El crecimiento deviene de que los precios de los hidrocarburos estuvieron estos años en los niveles más altos de su historia, pero eso no hubiera alcanzado por sí solo, sino que Evo obligó a las empresas a aumentar las regalías que tenían que aportar al Estado. Y las empresas lo hicieron y se quedaron.
Muchos advierten que Bolivia sólo tiene reservas de hidrocarburos para 10 años y que la fiesta podría terminar pronto si no se sigue explorando. Pero más allá de eso no hay dudas de que Evo Morales es un administrador serio y responsable, algo que no se encuentra en países como Venezuela, por más que el discurso sea similar. Cuando los ingresos de las bonanzas no se desperdician, los gobernantes suelen ser premiados por sus pueblos. Esa es la explicación, y la lección, de por qué aquel hombre que despertaba tanta incertidumbre es hoy un socio confiable para todo el mundo. Qué bueno por Evo y los bolivianos, que hoy son mirados con un respeto que nunca habían alcanzado en el pasado.
(*) Mauricio Llaver es periodista. Sus columnas son publicadas habitualmente en El Sentinel de EEUU.