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Chupando un palo sentados sobre una calabaza / Newsletter de Mauricio Llaver

23 de octubre 2023

Joan Manuel Serrat cantaba que “de vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza”. Casi todos estamos así en este día tan particular. El resultado de ayer deja muchas ventanas abiertas y ninguna respuesta certera, pero el resumen podría ser el siguiente: la tormenta tiene una forma irreconocible, el instrumental de vuelo ha enloquecido y, para colmo, se nos ha perdido el manual de navegación. Ese es el gran desafío de las próximas semanas: hacer una aproximación más o menos certera a la realidad cuando todas las variables políticas y económicas se han puesto patas para arriba.

El triunfo de Massa, por una buena diferencia de casi siete puntos, sepultó una máxima que regía para el mundo entero desde las elecciones que Bill Clinton ganó en Estados Unidos en 1992: “Es la economía, estúpido”. Aquí somos tan particulares que quemamos los papeles hasta en eso, porque el candidato más votado está manejando una economía con 140% de inflación anual, 40% de pobreza, una casi parálisis de las importaciones, un endeudamiento con tantos ceros que no caben en una calculadora, y una emisión de dinero descomunal para tapar los agujeros de una gestión que no ha tenido ningún logro concreto. Pero Massa ganó, así que olvidémonos, de ahora en adelante, de que un gobierno gana sólo cuando la economía está bien. Y de que, aunque haga mérito en otros aspectos, siempre las pierde si el bolsillo de los electores anda flojo.

La votación demuestra que los argentinos nos hemos acostumbrado a vivir en el cortísimo plazo, sin importarnos demasiado el futuro. Con enorme evidencia, al gobierno le funcionó el plan recontra-platita que desplegó en los últimos dos meses. Hay que decirlo: es bonito ver que en la cuenta del banco a uno le devuelven el IVA de los alimentos, a pesar de que eso va a significar más inflación. Es como un dulcecito cuando uno tiene los dientes cariados, que ofrece una gratificación instantánea a pesar de que agrava el problema de fondo. Pero bueno, al gobierno le funcionó. Aunque a la larga muchos se queden sin dentadura.

Ahora viene el ballotage, y se presenta algo que Henry Kissinger define como una ley de hierro de la política internacional: a veces no hay otra opción que “elegir entre dos males”. La aguda escritora Pola Oloixarac lo representó así en un tuit: “Ahora la pregunta es si querés que continúe el contrato de Fátima y que dé a luz al bebé reptil o si querés que a Malena se le multiplique el presupuesto para comprarse autos”.

En su discurso triunfal, Massa delineó claramente los ejes de su campaña: un gobierno de unidad nacional, “el fin de la grieta”, una apelación a los radicales y a los votantes “de Myriam y de Juan”, y un llamado a los productores y trabajadores a sentarse en una misma mesa para conseguir una Argentina productiva. Parecía un pastor de televisión, y a veces daba ganas de pedirle que cortara con tanta dulzura. Es una jugada parecida a la del “Alberto moderado” de 2019, que nos ha dado resultados tan inolvidables. La línea de fuerza apunta básicamente a “democracia” o “antidemocracia”, y el milagro es que Massa haya logrado posicionarse por encima de su propio gobierno, tan desastroso que hasta Cristina había dicho ayer mismo que no tenía nada que ver con él.

En esa apelación a un gobierno de “unidad nacional”, me permito hacer una advertencia: Massa va a tener que hacer un ajuste brutal para enderezar los desarreglos que ha provocado, y las almas candorosas que se sumen a su gobierno van a correr el riesgo de que después les eche la culpa o los haga corresponsables del ajuste. No digan que no les avisé.

El ajuste que tendrá que hacer Massa, si ganara, tendría algo de justicia poética: acomodar un déficit fiscal consolidado de alrededor del 11%, sin crédito internacional (o con un cuentagotas de swaps chinos que nos saldrán carísimos en el largo plazo), financiando al mismo tiempo a su base electoral con recursos cada vez más escasos. Los temores que teníamos hace unos meses sobre las dificultades que enfrentaría Juntos por el Cambio en un eventual gobierno, ahora se trasladarían al inventor de la pólvora. Ahí veremos cuánto le durará la dulzura.

Para el ballotage, enfrente tendrá a Javier Milei, que se estancó en su porcentaje cuando después de las PASO pensaba que se iba a comer a los chicos crudos. Los muchachos de La Libertad Avanza se la creyeron, se agrandaron, se veían ganadores en primera vuelta y hasta hablaban de “reformas de segunda y tercera generación”, con un horizonte de 35 años. ¿En qué país creían vivir? Su convencimiento de la victoria los llevó a descalificar a todos los que opinaban distinto, a decir que la moneda nacional era “excremento”, a fantasear con la eliminación del Banco Central, a revolear la motosierra con la ilusión de que los electores creyeran que iba a cortar muchas cabezas menos la propia, a hablar del derecho a desconocer la paternidad y hasta a proponer una ruptura de relaciones con el Vaticano. Fue un enorme amateurismo nacido de la soberbia, que empezó a bajar ayer mismo a la noche, cuando el León, golpeado aunque lo quisiera disimular, dio un discurso que podría haber sido el de cualquier dirigente de Juntos por el Cambio.

Después de acusar falsamente a Patricia Bullrich de haber puesto bombas en jardines de infantes, Milei tuvo que salir, mansamente, a pedir sus votos, en un discurso leído en que no se cansó de subrayar las palabras “juntos” y “cambio” (con la misma argumentación que había usado Mauricio Macri la noche de las PASO: que son más lo que quieren el cambio que los que apoyan a este gobierno). Hasta dio por terminadas las agresiones de la campaña (que él mismo había motorizado) y propuso hacer tabula rasa con sus propios dichos de las últimas semanas. Habrá que ver si le creen.

El dilema para Milei será extremar su papel de outsider o correr el riesgo de desnaturalizarse. Si lo extrema, hay todo un Massa de brazos abiertos y sonrisa beatífica para apelar al electorado moderado; si se modera, quizás el León ya no se perciba tan como león, y su melena flamígera no sea tan atractiva para quienes lo votaron “para que se pudra todo”. Más vale que afine bien su estrategia discursiva, porque se puede llevar otra sorpresa en el ballotage.

La atención sobre el ballotage no puede ignorar que ayer hubo un gran derrotado, que fue Juntos por el Cambio, que durante un par de años parecía el ganador seguro y se terminó quedando afuera en la primera vuelta. Las causas pueden ser múltiples, y el análisis, interminable. Pero no se puede subestimar un hecho clarísimo: el giro imprevisto de la historia que significó la irrupción de Javier Milei, quien apareció por derecha, aportó una imagen nueva, y le robó a JxC el discurso de que él era el cambio verdadero. Eso, más el desgaste de la interna y la falta de carisma de Bullrich, configuraron un escenario que se visualizó con el pobre resultado de ayer.

La distribución geográfica de los votos muestra algo que ya deberíamos asumir como irreversible: que es un error hablar de “la Argentina”, cuando en realidad tenemos a muchas argentinas dentro de unas mismas fronteras. Las realidades económicas del Norte, de la franja productiva del Centro, de la Patagonia, del campo bonaerense y del conurbano bonaerense, son muy distintas, están llenas de matices, y sus ciudadanos poseen distintos niveles culturales, sociales y de aspiraciones personales. Los aparatos políticos juegan mucho más fuerte en algunos lugares que en otros, y en el país se va ensanchando una grieta entre los que producen y los que viven del asistencialismo. Lo que llamamos “la Argentina” es de una heterogeneidad extraordinaria y creciente, cada vez más difícil de administrar, con la consecuencia de que quienes viven del asistencialismo terminan definiendo a quienes gobiernan a todo el conjunto.

El resultado de ayer también es una derrota para los opinadores de todo tipo y obliga a poner en cuestión la forma en que se maneja buena parte del periodismo. Las pantallas y las ondas radiales de estas horas están llenas de las mismas caras y voces que explican lo que no supieron predecir hace apenas dos días. Los programas periodísticos se pueblan de encuestadores, analistas, fuentes de información, contactos, conocedores de los pasillos del poder, que tienen siempre la posta y después se quedan con la boca abierta cuando se cargan los resultados de las elecciones. Deberíamos hacer todos un borrón y cuenta nueva sobre cómo se llenan esos programas con figuras que al final nunca aciertan sobre lo que sucede. Estamos en un tremendo cambio de época tecnológico, donde un teléfono todopoderoso gobierna nuestras vidas, y a la hora del análisis deberíamos sacudirnos los viejos paradigmas de la declaración picante o de los títulos de los diarios. Es un mundo nuevo, que nos sorprende a cada momento -como en esta elección- y todos deberíamos resetear nuestros viejos conceptos para tratar de comprenderlo.

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