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«Por qué necesitamos tener educación financiera», por Santiago Bulat

1. Educación financiera. Hace poco se anunció que en la ciudad de Buenos Aires los alumnos del secundario tendrán 30 horas cátedra anuales en las que aprenderán educación financiera. Bienvenido este avance. Esto debería existir desde hace tiempo, porque hay una ley, la de Financiamiento Productivo –sancionada en mayo de 2018– que insta a formular una estrategia para ese tipo de contenido en los planes de enseñanza. Más aun, esa estrategia ya está formulada. Se publicó un año después como “El Plan Nacional de Educación Financiera” (PNEF). La urgencia se justifica por el desconocimiento que muestra parte de la población sobre el tema. Según datos de encuestas de medición de capacidades financieras realizadas por el Banco Central y la CAF en 2017, en la Argentina solo ocho productos financieros de un total de 20 fueron reconocidos por más de 50% de los encuestados. Y en relación a conceptos de riesgo y retorno o de cálculo de interés, la Argentina se encuentra por debajo del promedio de los países del G-20. Pero estamos, eso sí, por encima de la media cuando se trata de temas de inflación.

2. Avances. En los últimos años, la región de América Latina y el Caribe logró mejorar el acceso a servicios y productos financieros. Pero la utilización sigue siendo muy baja. Solo cerca de 54% de la población de la región tiene una cuenta en una institución financiera o a través de un proveedor de dinero móvil, según la base de datos Findex del Banco Mundial. Una posible explicación es la falta de confianza y de conocimiento sobre los sistemas financieros. La educación se convirtió en una herramienta importante para los gobiernos, las organizaciones multilaterales y el sector privado, a la hora de complementar esfuerzos para lograr la inclusión financiera.

3. El caso peruano. En Perú se implementó una prueba piloto en 150 escuelas en 2016. La intervención comprendía un plan de formación de 20 horas para los profesores y el dictado de lecciones de educación financiera para los alumnos de los últimos tres años del secundario. Estas lecciones abarcaban una amplia gama de temas, desde los principios de la inversión y el costo de oportunidad hasta los productos y servicios financieros, así como también el uso de información crediticia y los mecanismos de protección del consumidor. Si bien es difícil saber cómo estas transformaciones influyen en el comportamiento financiero –son jóvenes menores de edad sin acceso al sistema financiero formal–, se observaron cambios significativos en los hábitos de compra y de ahorro. El programa tuvo como resultado un aumento del número de alumnos que comparaban precios antes de comprar; una mayor cantidad de jóvenes que ahorraban en lugar de pedir prestado para comprar algo, y una suba del número de alumnos que hablaban con sus padres sobre las decisiones financieras del hogar.

4. Global. En 2017 más de 70 países estaban en proceso de desarrollar o implementar una estrategia de educación financiera. Estos planes muestran también un efecto positivo en el nivel de conocimiento y en la propensión a ahorrar por parte de los profesores.

5. Demanda y también oferta. Sabiendo que estos programas impulsan la demanda de productos, se recomienda que el seguimiento sea continuo y que también se incentive una reacción de la oferta. Es decir, que la educación vaya alineada con buenas prácticas de las compañías, con productos que tengan términos claros y transparentes para ser entendidos por los usuarios.

Fuente: La Nación

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