La caída del consumo de vino tinto cuadriplicó a la de la cerveza en 2016 en una tendencia que se mantiene desde hace más de una década y que se profundizó en 2016 por el impacto de la inflación en los precios y la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores.
Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura, la comercialización de vino tinto en el mercado interno fue un 9,4% menor entre enero y noviembre de 2016 que en el mismo período de 2015.
A diferencia de la cerveza, que tuvo un retroceso de sólo un 2%, el consumo de vino siguió el rumbo descendente que registró desde el 2005 hasta la actualidad: el promedio de casi 30 litros que se estimaba bebía una persona por año descendió a poco más de 20 litros.
La magra cosecha de 1.703 millones de kilos de uvas en el 2016 (muy lejos del promedio anual de 2.500 millones de las buenas épocas) tuvo su correlato en que fueron elaborados casi 945 millones de litros de vino, una cantidad menor a los 1.029 millones de litros del 2015.
La inflación impactó fuerte sobre los productores, principalmente quienes elaboran vino genérico (tetrabrik), consumido por la franja social de menores ingresos.
La rentabilidad del vino tinto común fue un 41% menor en noviembre de 2016 que en el mismo mes de 2015, según la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas, y el consumidor pagó por un litro en tetrabrik un 125% más.
Las grandes empresas pueden absorber las dificultades, pero los eslabones más débiles sienten rápidamente el coletazo. No pueden invertir en maquinarias, pesticidas ni vides, se descapitalizan y cae aún más su producción. Los emprendimientos chicos apenas llegan a ser sustentables.
En 2013, por ejemplo, el 10% de los productores primarios de Mendoza con mayores ingresos recaudaron el 53% de las ganancias totales de venta de uva, en tanto que en el extremo opuesto, el eslabón más débil apenas participó con el 0,3% de las operaciones.
Para la Asociación, esta situación de «inequidad en la distribución del ingreso está fuertemente sustentada en las consideraciones de tamaño y nivel de capitalización». En la cadena de comercialización, el vino tinto genérico sin envasar cuesta 8 pesos el litro y en la góndola trepa hasta 40.
«La estructura competitiva parte de un segmento de comercialización relativamente concentrado y se va atomizando al ir descendiendo, hasta llegar a la situación de que casi 11.500 productores en Mendoza proveen a 674 bodegas», explicaron las fuentes.
Los salarios y los impuestos asfixian a los productores porque se trata de economías intensivas que necesitan emplear mucha mano de obra. «El 50% de nuestros costos se van a los impuestos y entre un 30-40% se destina a la mano de obra», se quejó un referente vitivinícola sanjuanino.
Por eso, muchos de ellos unen esfuerzos en sociedades cooperativas, como una forma de protegerse de las crisis de consumo, integrarse a la cadena de valor y obtener facilidades para pagar insumos, acceder a fondos de seguros solidarios y tener mayores posibilidades de llegar a las góndolas.
Técnicos del INV aceptaron -en diálogo con Télam- que la concentración afecta la diversificación. «Lo ideal sería que hubiera muchas marcas, muchas bodegas y producción de distintos tipos de uva; al concentrarse la propiedad de las bodegas también se configura un sector menos diverso», explicaron.
En este esquema se contraponen dos modelos: el del grupo Peñaflor y el de las cooperativas Fecovita. Ambos lideran el sector de la vitivinicultura.
Peñaflor, que cuenta con 6.100 hectáreas propias en Mendoza, San Juan, Salta y Catamarca, controla algo más de 50 marcas en todos los segmentos y exporta a más de 90 países.
Es dueña de Trapiche, Fond de Cave, Alma Mora, Elementos, Don David, Michel Torino, Santa Ana, Frizze, Hereford, Termidor, Gamela y Lavaque, además de haber comprado en 2015 el negocio de vino de la firma británica Diageo, que involucra a Navarro Correas y San Telmo, con dos bodegas en Mendoza, y la distribución de whisky, vodka y otras bebidas.
Con una impronta similar a la de Peñaflor, otro grupo fuerte en el sector es Baggio. Cuenta con viñedos propios en los departamentos mendocinos de Maipú y San Martín, donde funcionan las bodegas Viejo Viñedo, Uvita y Chapanay, con capacidad para 77 millones de litros de almacenamiento y productos que recibieron algo más de un centenar de premios internacionales desde el 2000.
En las antípodas de estos modelos está ubicada Fecovita, que nuclea a 29 cooperativas de Mendoza, con acceso a más de 25.000 hectáreas de viñedos y 54 bodegas, a través de los asociados. Comercializa más de 260 millones de litros en Argentina (2014) y tiene presencia en algo más de una veintena de países.
Con el objetivo de «garantizar un comercio justo y un desarrollo sustentable a largo plazo de los productores asociados», según señala en sus principips, Fecovita reúne a 5.000 productores, y a otros 2.000 socios y miembros de la cadena de distribución.
Fuente:
Equipo de Investigación de Télam.