Mendoza

¿Y ahora quién podrá salvarnos? / Newsletter de Mauricio Llaver

El acuerdo por la deuda es un plan de pagos, no un crédito blando. El festejo duró poco. Lo único que podrá salvarnos es TENER UN PLAN ECONÓMICO. Y un vino, por supuesto.

9 de agosto 2020

CÓMO CELEBRAR UN PLAN DE PAGOS. Esta semana, por fin, el gobierno cerró lo que tendría que haber cerrado hace unos cuantos meses: el acuerdo con algunos bonistas por la deuda de la nación. Es muy bueno, sobre todo por el mensaje político, ya que nos aleja –al menos en eso, y especialmente después del fallido de  Vicentin- del fantasma de la venezualización de la Argentina. Pero de ahí a festejarlo como lo hizo, hay un trecho muy largo. Porque el acuerdo es un plan de pagos, no un crédito blando. Se pagó prácticamente lo que pedían los bonistas desde el principio, y terminamos poniendo 16.500 millones de dólares más que en la primera oferta. O sea, no es que Guzmán inventó la pólvora. Y los pagos que se patearon para después de 2027 son… son… bueno, no nos amarguemos desde ahora.

LA “O” CON EL VASO Y UN FESTEJO CORTO. Cuando empezó la negociación, los bonistas pretendían cobrar entre 55 y 56 centavos por cada dólar nominal que se les debía. Después de todo el forcejeo retórico, Guzmán les cerró en 54,8. Es más o menos como haber hecho la “O” con el vaso, pero un poco de épica siempre viene bien (porque lo del ahorro de 30.000 millones es cierto, pero eso ya estaba descontado: así es el mundo de las finanzas). El tema es que la euforia duró un solo día y que el blue, que había caído 8 pesos en la primera rueda post-acuerdo, después recuperó 5 cuando bajó la espuma. Al final, la desinflada fue de sólo 3 pesitos. Ni shock de confianza ni nada por el estilo.

SEGUIMOS EN EL MUNDO, PERO ¿QUÉ MUNDO? El acuerdo con los bonistas era lo mínimo que había que hacer para no caernos del mundo. Pero no por eso vamos a conseguir préstamos con facilidad. El planeta tiene tremendas urgencias con la pandemia, y los capitales van a ir primero a unos 70 u 80 países más confiables que nosotros. Y sólo después de ayudarse primero a ellos mismos. Resumo todo con una pregunta retórica: ¿Por qué Alemania le prestaría a Argentina para que subsidie a Aerolíneas, cuando antes tiene que rescatar a Lufthansa? Y ni hablar de que la recesión internacional impide soñar con la soja a 600 dólares, como en los tiempos felices del primer kirchnerismo. Haber cerrado con los bonistas sólo significa que no aceleramos nuestro suicidio, pero no nos van a llover capitales ni nuestros commodities van a llegar a niveles récord. Cuidado con ilusionarse inútilmente.

¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ SALVARNOS? Despejado el tema de la deuda, sólo falta un plan para salir de la crisis, consensuado con la oposición, los empresarios y los sindicatos. Es lo único que podrá salvarnos… y hubiera estado bueno que al gobierno se le ocurriera antes de asumir. Hay que encontrarle la vuelta a la inflación, al estancamiento, el desempleo, la pobreza, el tipo de cambio (dólar “solidario: $ 100), la precarización laboral, las leyes laborales del Medioevo, la huida de empresas y la atracción de inversiones. Y en el marco de la pandemia, que ha sacado a la superficie la horrorosa fragilidad de la Argentina. Lo bueno es que ahora el gobierno no tiene excusa para seguir sin rumbo, a nueve meses de haber asumido. Si sabe cómo encender la perilla de la economía, llenar la heladera y aumentarles a los jubilados, ha llegado el momento. Ya no quedan excusas.

MENDOZA, ESTAMOS EN PROBLEMAS. El CEM presentó esta semana un informe fiscal que pone un poco los pelos de punta. En Mendoza llevamos 10 años con déficit operativo; el peso del Estado sobre los hombros privados creció un 40% en los últimos años; el esfuerzo que hizo Cornejo por equilibrar cuentas y bajar algo de impuestos se fue al diablo con la cláusula gatillo de los estatales; y –Celso y Paco de por medio- “se necesitaron sólo 10 años para pasar del máximo superávit en 2005 al máximo déficit en 2015”. Señores, estamos en problemas. No hay provincia, municipio, empresa, familia, parripollo o quiosquito que pueda vivir indefinidamente en rojo. Y con los privados cada más apretados, se hará más insostenible que le den soporte a un Estado que no se ordene. Aquí no hay magia. Y todos sabemos lo que hay que hacer.

LAS PIÑAS DE PERGOLINI. En su época de CQC, Mario Pergolini utilizaba efectos por entonces novedosos, como pegarle piñas con un guante virtual de boxeo a algunos personajes que se ligaban una crítica. Ahora podría usar el mismo efecto con los autores de la Ley de Teletrabajo, a los que atendió de manera contundente. Uno: “Ustedes son un grupo de imbéciles. Ya a esta altura creo que son hijos de puta en lugar de imbéciles. La verdad, que hacen todo lo posible para que la gente no dé trabajo”. Dos: “Contratás a alguien para teletrabajo y hay que hacerlo en relación de dependencia. Una persona que podría haber tenido la oportunidad de dos, tres trabajos cortos, sencillos, con nuevas metodologías, los llevamos a prácticas de los 60, los 70”. Y tres: “Quiero felicitar a todos los tarados del Congreso que hicieron una ley de teletrabajo que escupió y orinó el sistema”.

Y UN VINO, POR SUPUESTO. Por alguna curiosidad del destino, una bodega que hace vinos excelentes en todos sus varietales terminó haciendo un gran e improbable Sauvignon Blanc argentino. Capaz –me la juego- de competir con los mejores de los chilenos. Se trata de Pulenta Estate. Allí, la familia de Eduardo Pulenta hace excelentes Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc (atentos al XI Gran C.F.), Merlot, Chardonnay, Pinot Noir, Pinot Gris, y hasta un rosado, el S’il Vous Plait, que tiene una de las etiquetas más bonitas de la Argentina. Pero por alguna razón, cuando se habla de los Sauvignon Blanc nacionales, el Pulenta Estate VI Sauvignon Blanc salta inmediatamente al tope. Es una maravilla, porque tiene todos los descriptores del varietal –que es un varietal de manual– pero el resultado final es mejor que la suma de sus partes, cosa que demasiadas veces no pasa con el S.B. Y adicionalmente, escuchar hablar de todos sus vinos a Eduardo padre, al Edu hijo y al Diego, es como oír la voz de toda una familia que tiene un sello de oro en la vitivinicultura argentina. Pero esa es otra historia.

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